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Cobreloa es un gigante

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Yo crecí en la década del 80. Para mí Cobreloa siempre fue un equipo grande, un animador permanente de los campeonatos nacionales e internacionales. Crecí con el invicto de casi cinco años en Calama. Ir a la altura era una expedición titánica. Porque el calor, el desierto, eran solo un detalle al lado de un equipo magistral. Un gran amigo mío, conocedor del fútbol como pocos y cercano al cuadro loíno, me decía algo muy cierto. En ese Cobreloa, aparte de grandes jugadores, había hombres. Bravos. Duros. Cabrones. No aceptaban perder.

Yo crecí con Wirth, Tabilo, el Mocho Gómez, Mario Soto, Enzo Escobar, Alarcón, el Nene Gómez, Siviero, el Trapo Olivera, el pájaro Rubio, el Ligua Puebla, Cantatore. Fueron casi diez años de un cuadro temible. Tremendo.

Después vino el equipo del Negro Sulantay. No perdían nunca. Canales, Jaque, Fuentes, Puebla, Cornejo, Miranda, Fantasma, Peraca Pérez, Retamar.

Cobreloa seguía grande y Garisto junto a Acosta, dos uruguayos de cepa, sacaron campeón a un equipo con Tapia, Pato Galaz, el Flaco Fuentes, Cornejo, Pepe Díaz, Jaime González.

Después no han sido campeones, pero no olvido que en esa cantera surgieron Alexis Sánchez, Eduardo Vargas, Charles Aránguiz.

¿Qué le hicieron después a Cobreloa? En el fútbol se pueden tomar malas decisiones. Refuerzos que no rinden, técnicos que no funcionan. Te puede pasar una, dos, tres, cinco veces. Pero cuando ocurre veinte veces seguidas uno ya empieza a pensar mal. ¿No será que quieren descender a Cobreloa? Imposible no pensarlo, al menos como hipótesis. Porque en este torneo no se desciende por una mala campaña, sino por varias consecutivas.

No sé si bajará o no Cobreloa. Si está en esta incómoda situación quizás se lo merece. Colo Colo le ganó con justicia. Tiene en sus pies aún un milagro. Pero si los nortinos logran salvarse, el diagnóstico no cambia. Cobreloa, para la gente de Calama, es mucho más que un equipo de fútbol. Es parte de su vida.

Nunca he visto descender a Cobreloa. Aún me cuesta imaginarlo. Un descenso de los loínos sería, para algunos, el fin absoluto de la infancia, que aún muestra destellos de vez en cuando en nuestro camino.