Testigo en peligro
Estuve pensando en el guíon de una película. Estoy convencido que sería un éxito de taquilla. A diferencia de la buenísima "Testigo en Peligro" de fines de los 80, dirigida por Peter Weir, no actúan Harrison Ford ni Kelly McGillis, no aparecen los amish ni construyen un granero.
Esta es la historia del presidente de la federación de fútbol de un país sudamericano que, en un primer momento, pensó que había zafado de un megaescándalo de corrupción llamado FIFA Gate, que logró remecer todas las estructuras del fútbol mundial. Incluso, el personaje, que es ambicioso como pocos y tiene mucha suerte, se frotaba las manos pensando que tenía vía libre para llegar a ser presidente de la Conmebol.
El panorama le cambia abruptamente cuando un eterno dirigente uruguayo que cayó en la primera razzia de los yanquis decide colaborar con la fiscalía de Estados Unidos para lograr una rebaja en la pena. La info que entrega hace caer a un poderoso, el presidente del fútbol colombiano, quien había recibido prebendas similares al protagonista de esta historia.
El protagonista, que se cree muy listo, comienza a evidenciar síntomas de estrés y depresión. El plan que tenía con otros dirigentes de la región comienza a desmoronarse. Sabe que en algún momento se va a destapar la olla, pero él decide sumar minutos y dilatar al máximo la caída. Ese afiebrado accionar, que quizás es lo más atractivo de la película, lo lleva a cometer el error de mentirle a sus cercanos. Sus asesores, que le creían a brazo partido, no tienen idea de algunas gestiones. Y renuncian.
Entre estas, viaja a Estados Unidos, para reunirse con la fiscalía y negociar. Es un periplo relámpago, de dos días. Al regreso, toma un vuelo con escala por Brasil, de tal manera de decir que estuvo en otros menesteres, y aprovecha de reunirse con los otros dirigentes que también están en la lupa del FBI.
El desparpajo del protagonista es asombroso. Como nadie puede ubicarlo y algunos de sus enemigos echan a correr el rumor de que algo grande está por venir, la prensa lo espera en el aeropuerto. El tipo, como lo hacen los mentirosos avezados, se muestra molesto y desvía la atención denunciando campañas de complot. No acepta preguntas y más encima les dice a los periodistas cómo hacer su trabajo. Más encima, se muestra prepotente con quienes se cruzan en su camino.
Como generalmente ocurre con estos personajes de carácter complejo, comienzan a sentir que la realidad que ellos inventaron es la verdadera. Y fantasean con eso.
Cuando cuatro de los siete miembros del directorio que encabeza le retiran el respaldo, se da cuenta que la hora final, esa a la que siempre le estuvo haciendo el quite, ha llegado. Cuando se vio entre la espada y la pared, y agobiado por un estrés que es absolutamente natural por las angustias vividas, les pide a sus pares una salida digna. Y solicita permiso médico por un mes y prorrogable.
Una exageración del guión, que estoy evaluando si mantengo, sería que al día siguiente apareciera la policía por la sede de la federación, para notificar por un problema doméstico. Serviría para que muchos elucubraran con un exhorto a Estados Unidos o, incluso, la aparición de funcionarios del FBI.
¿Por qué el título de la película? Tal como se dijo al comienzo de esta historia, el protagonista estuvo negociando su futuro con la fiscalía norteamericana. Y se le presentan tres escenarios: ser testigo de la investigación; someterse al plan especial de testigos (lo que implica que sería culpable de algún delito); o ser procesado dentro de una nueva ronda de imputaciones que hará la justicia norteamericana antes de fin de año.
¿Cómo terminará la historia? ¿Qué pasará con el protagonista? ¿Tendrá que cambiar su identidad y terminará sus días como un granjero anónimo en Greenbow, Alabama, o dependiente de una tienda de pesca en Alaska?
El final es lo que aún le está faltando al guión.