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El 3-1 frente a Palestino, que no ganaba desde febrero pasado, es sólo la reafirmación de un hecho tan evidente, que el sólo mencionarlo es una tautología: Colo Colo se cae a pedazos en cancha. Lo que se insinuó en el torneo pasado, donde el paupérrimo nivel de competencia termina regalándole la estrella 31, quedó reafirmado sin márgenes en éste.

El modelo sostenido por los advenedizos de Blanco & Negro navega apenas sostenido en los 91 años de historia y la vitrina con trofeos. Suponer, como hace el comerciante Aníbal Mosa, que se puede armar un equipo competitivo a partir de tres o cuatro veteranos y siete u ocho más que acompañan, revela el nivel de ceguera e incompetencia de quien toma las decisiones.

Ya en la época de Héctor Tapia Colo Colo pedía a gritos ampliar y quitarle años al plantel. Pero no se hizo, porque mientras Villar ataje, el Pájaro corra y Paredes la emboque, en el campeonato local, ése que en la última Copa Libertadores hizo el ridículo con sus representantes, siempre estará a la mano.

Entonces se reforzó con casi cualquier cosa. Zaldivia se excluye. O no se reforzó en absoluto y al final el iceberg choca inevitablemente con un barco sin timón. De las inferiores ni hablar, se les “da minutos” porque el reglamento lo obliga y porque no hay más en la banca.

Después de la eliminación contra Independiente del Valle uno podía inferir que Javier Reina no iba más, sobre todo después de lo que hizo Bryan Carvallo en los últimos minutos. Pero al duelo siguiente aparece otra vez el colombiano de titular y hace lo que todos saben que va a hacer: nada. Incomprensible la decisión de José Luis Sierra. Y no es que Carvallo sea Chamaco Valdés, nombrarlo es casi una herejía acá, pero al menos era una apuesta, una posibilidad. Pero el técnico se la jugó por la certeza del fracaso.

El campeonato prácticamente está perdido para Colo Colo. Ahora llega el momento de la reflexión para los dirigentes. No ya ¿cómo lo arreglamos? Sino, un más honesto: ¿qué cresta hacemos acá?