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El juego galano de Chile, ese con la pelota a ras de suelo, con circulación permanente y elaboración fina, dio paso al esfuerzo y coraje para un empate contra Colombia donde nadie te regala nada.

Así también vale. Así también se suma.

Por eso regresar de Barranquilla con un punto es valioso por muchos factores. Porque Colombia no se escapa en la tabla. Porque Chile continúa en el grupo de los que pelean punto a punto y porque mostró una cara que a ratos se extrañaba. La garra. La fuerza. El coraje.

Claudio Bravo tuvo dos tapadas fenomenales antes de salir lesionado. Enzo Roco y Gonzalo Jara cumplieron en el primer tiempo y destacaron en el segundo. Pizzi reforzó la línea de los laterales. Le quito brillo a la salida pero le dio seguridad defensiva. Isla-Fuenzalida por la derecha y Mena-Beausejour por la izquierda formaron duplas que difícilmente se desarmen. Eduardo Vargas corrió como un obrero. Labor de delantero solitario. Táctico. Al sacrificio. Cumplió con holgura.

En la primera parte del tiempo inicial Chile fue superior. Tuvo en Vidal una llegada clara. En el segundo, un derechazo de Fuenzalida tras gran contra comandada con Vargas. Las dos tapadas mundiales de Claudio Bravo surgen de pelotas detenidas. En el juego elaborado Colombia no llegó. Nunca. Ni una sola vez.

Chile llegó poco dirán los críticos más ácidos. Recordar que ni jugó Sánchez, el delantero más desequilibrante de la plantilla.

Es cierto. Un partido de obrero. Con pocas luces. De bajo voltaje. Pero en la carrera larga, en las eliminatorias más difíciles del mundo, hay que saber sumar puntos en este tipo de partidos. O robarle unidades al rival, como usted prefiera mirarlo.

Se viene Uruguay. Bravo está lesionado. Aránguiz está afuera. Vidal salió con dudas. Aún no está confirmado Alexis Sánchez. Sin sufrimiento no vale. Pero esa es otra historia.