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Si Fernando González que jugó la final de Australia, hizo semifinales de Roland Garros y cuartos de final de Wimbledon y el US Open hubiera nacido en otra época, unos años antes o unos cuantos después, probablemente habría ganado un Grand Slam y, al menos, un par de Masters 1000. Pero el Bombardero de la Reina coincidió con las mejores versiones de Roger Federer y Rafael Nadal, dos de los tres mejores jugadores de todos los tiempos, y tuvo que hacer frente a la irrupción de dos monstruos como Novak Djokovic y Andy Murray.

Con todo, González logró ser quinto del mundo, sostenerse casi una década en el más alto nivel y ganar tres medallas olímpicas. Su podio en los Juegos Olímpicos de Beijing escoltando a Nadal y superando a Nole es una postal imborrable en la historia del deporte chileno.

Andy Murray, siete años menor que Gonzo, esperó pacientemente. Siempre se lo ubicó en la elite, en la más alta consideración, pero era el cuarto fantástico, el último de la selectísima lista, por debajo de Federer, Nadal y Djokovic. Menos ganador, histriónico y mediático que sus compañeros del top four.

La historia grande del escocés se empezó a escribir en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 donde venció a Federer en sets corridos cobrándose revancha de la derrota ante el suizo en la final de Wimbledon pocas semanas antes. Fue el envión que necesitaba para ganar su primer major dos meses después en Nueva York y acabar con una sequía de más de setenta años sin que un británico se adjudicara un Grand Slam.

Ungido como el cuarto fantástico, Murray ganó grandes partidos entre fines de 2012 y el término de 2015. Alcanzó dos nuevas finales en Australia y conquistó un par de nuevos hitos en su carrera: el título de Wimbledon de 2013 (77 años después de Fred Perry, el último británico en conseguirlo) y la Copa Davis junto a su hermano Jamie Murray. En aquel momento, instalado como flamante número dos del mundo, dejó en evidencia que estaba preparado para el asalto final.

Andy aguardó once meses para trepar al número uno y este domingo confirmó en la cancha y nada menos que ante Djokovic que su arribo a la cima no era por un par de semanas. Le favoreció la lesión de Federer y la irregular temporada de Nadal, es cierto. Pero para culminar el año al tope de la clasificación tuvo que llegar a las finales de Australia, Roland Garros y ganar Wimbledon y el Masters de Londres. Una exigencia límite para un jugador que supo estar a la altura de los superclase con quienes convive en el olimpo del tenis mundial.

El escocés, quien fuera compañero de corral de Paul Capdeville bajo la dirección del coach colombiano Pato Alvarez hace más de una década, cosechó los frutos de un espíritu de superación encomiable que transitó por fórmulas tan diversas como inusuales para un jugador de su categoría. Así acredita su trabajo con el propio Alvarez, uno de los gestores de la armada española en los 90, Amelie Mauresmo, Ivan Lendl y su gran amigo Jamie Delgado. En ese tiempo Murray pasó de ser un jugador talentoso que bajo presión flaqueaba por la derecha a un tenista completísimo, fuerte mentalmente y que hoy no echa la pelota afuera ni por accidente. Una construcción gradual, trabajada, que dio sus mayores dividendos en 2016 donde, adicionalmente, logró su segunda medalla de oro olímpica consecutiva.

En el papel, el mapa tenístico de 2017 indica que la lucha por el número uno se concentrará en Murray y Djokovic, dos enormes jugadores, contemporáneos, que han demostrado estar un par de peldaños sobre el resto. Habrá que ver en qué estado regresa Federer, cómo responde el físico de Nadal, qué pasa por la cabeza de Wawrinka, si Raonic da otro salto de calidad y si Del Potro puede sostener una temporada completa al más alto nivel. Por ahora, disfrutemos de la final de la Davis y confiemos que los 4 fantásticos nos regalarán, al menos, un añito más. Ojalá así sea y con algún chileno pronto entre los cien primeros del ranking ATP.