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El manejo de Pizzi

Actualizado a
El manejo de Pizzi
ANDRES PINA/PHOTOSPORT

La pelota a veces confunde. Los colores de la camiseta nublan. En la búsqueda de un resultado somos capaces de permitir cosas que en nuestra vida privada no haríamos. Y también al revés. Le exigimos al resto una disciplina prusiana que no cumplimos ni de cerca. Todo por la pelota. Todo por ganar un partido, un clásico, un campeonato, una Copa.

Eugenio Mena se equivocó feo. La cagó. Lo reconoció. Será sancionado por la justicia como corresponde. Porque no hay que perderse en un punto. El porteño cometió un delito. Hay cosas mucho más importantes que hacer un gol, perder o ganar un partido. Hay cosas más importantes que la pelota. Arriesgar la vida de propios y ajenos es una de ellas. Cumplir con las leyes vigentes es otra. La crítica a Eugenio Mena, al menos de mi parte, no va por lo deportivo, ni por ser poco profesional, ni por faltarle el respeto a sus compañeros, ni por descuidar su físico. Nada de eso. Lo mío es exclusivo por no respetar leyes vigentes. En Chile no se puede manejar en estado de ebriedad a 160 kilómetros por hora. No es interpretable. Si lo haces sigues un procedimiento y opera la justicia, tal como ocurrió y ocurrirá en el caso de Mena. Punto.

Otra cosa es la vereda deportiva y la conducción del grupo que encabeza Juan Antonio Pizzi. La decisión más rápida y fácil era sacarlo de la delegación. Muchos dicen que eso seríasentar un precedente y marcar la autoridad. El técnico optó por otra vía. ¿Le quita peso al entrenador haber perdonado al futbolista? ¿Tiene menos autoridad por no dejarlo debajo de la Copa Confederaciones? Yo creo que no. Soy de los que piensan que la autoridad no se exhibe a los gritos ni a los golpes. Me gusta el que actúa por convicción y convencimiento. Lo prefiero al que dicta las normas “porque yo lo digo y aquí mando yo”. El látigo funciona, lo reconozco. Pero es un método facilista y a corto plazo.

No por hablar más fuerte hablo más claro. Sé que es mucho más popular el discurso draconiano, rígido. En el análisis simplista quien no abraza esa estrategia deja la puerta abierta al libre albedrío, al descontrol absoluto. Para mí, en cambio, ser tajante es ser inseguro. Criminalizar todo es reflejo de temor. Castigar y sancionar a la primera, sin perdón ni olvido, habla mucho más del castigador que del indisciplinado. Creer que uno es blando o tibio por no subir la voz, por no andar a los combos, por no andar con el látigo en la mano, es una visión de corto plazo. Todo o nada. Blanco o negro. Amigos o enemigos. The Beatles o Rolling Stones. En ese juego yo no entro.

Por eso me parece sensato lo que hizo Juan Antonio Pizzi con Eugenio Mena. Muchas veces criticamos cuando los problemas se exhiben y no se tratan en privado. El técnico optó por lavar la ropa sucia en casa. ¿Dejar abajo a Eugenio Mena solucionaba el conflicto? Pregunto más. ¿El delito de Mena generó un conflicto al interior del plantel? Que yo sepa no. Además, quién dijo que el jugador no fue sancionado. Tal vez lo fue. De Manera interna y no por los medios.

Los casos son todos diferentes. Meter en la misma frase el dublinazo, bautizazo, cucutazo, milicogate, pacogate, vidalazo, es erróneo. Cada caso es diferente en su forma y fondo. No existe una regla común para todos. Homogeneizar la conducta es no entender el asunto, no conocer la biografía de cada involucrado. En cada acto de indisciplina hay un mensaje que debe ser descifrado. Por algo se produce. Encontrar esa hebra es la única forma que no se repita. Y a los gritos, a los combos y a los latigazos, todo se vuelve oscuro y nebuloso.

¿Ética? ¿Moral? No gracias. Yo no estoy para esa discusión. Eso es para curas y curados. Y a mí no me agradan ninguno de los dos.