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Qué distinto hubiera sido nuestro despertar este jueves si Claudio Bravo no atajaba los tres penales y Vidal, Aranguiz y Alexis no la embocaban con clase en el arco de Rui Patricio. Nos estaríamos lamentando del doble palo del 'Rey Arturo' y Martín Rodríguez y el clarísimo penal no cobrado al 'Gato' Silva. Estaríamos pegados en la triste coincidencia con el palo de Pinilla ante Brasil en 2014 y el horror arbitral del iraní Faghali.

Conviene detenerse aquí porque la omisión del referee pone aún más en entredicho el VAR y su implementación para salvaguardar la justicia de los partidos. ¿Qué diablos hubiese pasado si la Roja perdía en la definición a penales? ¿No estaríamos haciéndonos el harakiri, llenando de memes a Faghali y la FIFA y reclamando de lo lindo por la falta no cobrada a Silva? Si el sistema se instituyó para evitar despojos y descriterios y erradicar la sospecha en el fútbol, el objetivo se está cumpliendo a medias.

Afortunadamente para la FIFA, Bravo estuvo extraordinario.

El VAR corre a la par de los nuevos tiempos, tiene sentido, está pensado para que la promesa del Fair Play, que ha enarbolado la FIFA durante todos estos años, sea extensiva al ámbito referil y se aplique en su sentido más amplio. Los detractores, con el tiempo, tendrán que entender que el fin último es a la vez un bien superior. Pero para avanzar y los aficionados se sometan a este brusco cambio cultural errores tan determinantes como el de Faghali no pueden producirse.

Por suerte Bravo tuvo una noche colosal.

Jorge Castrilli despachó en twitter toda su artillería sobre la FIFA. Cuestionó su probidad, la independencia de los árbitros, teorizó respecto del sometimiento de la Conmebol ante la UEFA y conminó a la ANFP a tomar medidas. Probablemente, el ex juez de hierro se excedió, pero apuntó al flanco más sensible: el sistema es operado por humanos. Y por extensión, el margen de error se reduce pero no elimina. Ahí es donde la FIFA y su comité arbitral deben unificar criterios y ser particularmente prolijos.

A poco del término de la Copa Confederaciones quedará en la retina el gol anulado a Vargas ante Camerún, la ridícula e insuficiente tarjeta amarilla tras la trifulca entre México y Nueva Zelandia, pero por sobre todo el penal no sancionado al Gato Silva. Esa jugada debiera ser la gran lección para la FIFA en esta pasada. Una jugada terminante que se le pasó en medio de sus narices.

El uso del VAR es bidireccional. Por lo tanto, si el árbitro no pide asistencia perfectamente puede ser advertido o recibir la recomendación de sus colegas frente al monitor. Resulta incomprensible que los jueces que estaban en la caseta no le hicieran ver que Silva había sido víctima de un penalazo en pleno tiempo suplementario.

A futuro, la FIFA debería plantearse ciertos matices en el uso de este innovador sistema. Derivados del tenis u otros deportes. Quizá se podría dotar a los equipos de la posibilidad de solicitar el VAR para determinadas incidencias. A modo de borrador, una o dos por tiempo y que sea el técnico o el capitán del equipo quien tenga la potestad de emplear el comodín. Sería un elemento de tensión interesante. Tómenlo solo como una modesta idea porque la FIFA tiene bastante trabajo en este rubro.