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El milagro olímpico

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¿Han visto alguna vez un partido de tenis donde vencedor y perdedor terminen llorando? Seguramente en alguna emotiva final de Grand Slam o un torneo grande. ¿Pero en una primera ronda? Al menos yo no recuerdo. Lo del domingo por la noche refleja mejor que ninguna otra cosa la magia que tienen los Juegos Olímpicos.

Las lágrimas de Juan Martín del Potro eran esperables. Mucho más que su victoria sobre Novak Djokovic, por cierto. El serbio no llegó en su mejor nivel a Rio y el argentino era una incógnita. Hace tres años que no puede encarrilar su carrera por las cirugías a la muñeca que le han impedido estar palmo a palmo con el propio Djokovic, Murray, Federer y Nadal. Estar allá bien arriba en el ránking, que es donde le corresponde estar.

El espíritu olímpico aporta algo distinto, sea el país que sea. Si no pregúntenle a Nicolás Massú, a quien es inevitable recordar cada vez que ocurre algo emotivo, como lo vivido en el court central de Rio. Y, sin lugar a dudas, mientras más pasen los años y más proezas se produzcan, más se valora lo que hizo el viñamarino en Atenas 2004.

Del Potro, quien por la mañana estuvo atrapado largo rato en un ascensor de la Villa Olímpica, se inspiró. Obtuvo un cariño de la gente que no fue gratuito. De hecho, en el inicio del partido los fanáticos locales apadrinaron a Nole por la rivalidad deportiva de los grandes de Sudamérica. Pero Delpo estaba en la zona. Es la única descripción posible. Simple y sencillo. Seguramente ni el propio tandilense debe recordar la última vez que jugó así y tuvo esas sensaciones dentro de una pista.

La Torre de Tandil liberó ese gran cúmulo de emociones en cada derechazo con que iba castigando al mejor tenista del planeta, quien también es uno de los mejores de la historia. A ratos lo hizo ver como uno más del montón. ¡Qué duda cabe! Cuando Del Potro anda inspirado le puede ganar a cualquiera. En el país que quieran y con cualquier superficie.

El llanto que el argentino trató de contener sin éxito fue reflejo de la humildad de un chico que ha sido vapuleado muchas veces en su país por conflictos con el equipo de Copa Davis. Además, más de alguno ya lo había guardado en el baúl de los recuerdos, junto a los jugadores que alguna vez fueron grandes y que no lo serán más.

Lo del Delpo fue emocionante, cinematográfico si quieren. Pero lo de Djokovic fue estremecedor. Se trata de un jugador que lo ha ganado absolutamente todo, los cuatro Grand Slams, 30 Masters 1000 y la Copa Davis. Pero los Juegos Olímpicos, que se juegan cada cuatro años, eran su objetivo. Igual de relevante que para el atleta que comienza su ciclo olímpico cuatro años antes y cuya única meta es colgarse una medalla. El tenista recién lo empieza a palpitar unos meses antes pero, está claro, con la misma pasión y sin puntos de por medio para el ránking.

Djokovic quería esa medalla de oro. La de bronce que ganó en Beijing 2008 no fue consuelo, así como la del tercer lugar que le arrebató el propio Del Potro hace cuatro años en el césped de Wimbledon. Al igual que el argentino, Nole no pudo controlar sus emociones pero desde el lado de la frustración y dolor de quedar fuera en una primera ronda de Juegos Olímpicos. El consuelo, que no le sirve de nada, es que perdió ante un gigante que despertó y que todos respetan. Pero eso no lo hace menos doloroso.

Es el milagro olímpico, ese que es capaz de emocionar al número uno del mundo, al 500, al lesionado, al retornado, a la leyenda, al doblista, al debutante, al veterano... Qué gratificante fue ver a Del Potro, qué emocionante fue ver sus lágrimas de niño que cumple un sueño y qué conmovedor fue presenciar el llanto inconsolable de una leyenda que veía escapar otra chance de entrar al olimpo deportivo.

Sí, son seres humanos. Y aunque han ganado más de lo que hubieran imaginado, igual lloran de alegría y de tristeza por un partido de primera ronda. Es el milagro olímpico.