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El tenis chileno no existe

Actualizado a

Una nueva temporada de Chile en la Copa Davis se ha cerrado y el sabor que queda es agridulce. Sin duda que la expedición a Medellín pudo haber terminado de otra manera y por ello mismo es que las reacciones tras la derrota ante Colombia han sido tan dispares.

Por un lado la crítica es despiadada. Ahí encuentran cabida los que repiten que los “cabros son malos”, que arrugaron o que Massú y González ya estaban entre los mejores del mundo a la edad que ahora tienen Garín y Jarry, lo cual está muy lejos de ser cierto, pero igual se dice. En una posición muy distinta se sitúan los que dicen que esta vez tocó perder, pero que en los próximos años serán más frecuentes las victorias que las derrotas. Me cuento entre estos últimos, porque aunque no podemos saber si esta generación logrará explotar su potencial, sí es indesmentible que se trata de jugadores que tienen posibilidades ciertas de destacar.

Pero el punto ni siquiera es ese. Si Garín, Jarry y Barrios llegan a meterse entre los cien mejores del mundo o, mejor todavía, entre los cincuenta mejores y permiten a Chile volver al Grupo Mundial el problema de fondo seguirá existiendo. ¿Y cuál es el problema de fondo? Que el tenis chileno, como tal, no existe.

¿Cómo que no existe? ¿Y acaso Lucho Ayala, Fillol y Cornejo, Hans, Ríos, Massú y González no eran tenistas y no eran chilenos? Claro, eran “tenistas chilenos”. Ese es el punto: siempre ha habido “tenistas chilenos”, pero nunca ha habido un “tenis chileno”, así como existe un “tenis español” o un “tenis francés”.

En Chile no existe casi nada. No hay estructura. Casi no hay dirigentes confiables. No hay un sistema de campeonatos que garantice una masa de jugadores importante (ni siquiera hablemos de campeones). No hay clubes ni asociaciones (salvo un par de excepciones) que trabajen en la formación. No hay nada. O hay muy poco. Demasiado poco. Y, por eso, si no se cambia esa realidad, que los actuales integrantes del equipo de la Davis logren un despegue importante en sus carreras sólo servirá para tener algunos años de alegría, para volver a ver chilenos jugando los grandes torneos, pero luego regresaremos a la orfandad.

¿Fue distinto en otro tiempo? Hace veinte años era un poco mejor, pero nunca hubo una estructura muy distinta tampoco. ¿Por qué creen que Patricio Rodríguez, Patricio Apey, Ricardo Acuña, Pedro Rebolledo, el Toño Fernández y un montón de otros entrenadores siempre o casi siempre tuvieron que trabajar afuera? ¿Por qué un iluminado como Miguel Ángel Miranda fue por casi 20 años gerente de desarrollo de la ITF y viajó por todo el mundo en vez de trabajar en la Federación de Tenis de Chile? Porque todos ellos aquí no tenían nada que hacer.

En los últimos quince años ha habido un boom de academias. Parecía la solución y todo el mundo creó una academia, pero hasta el día de hoy la única que produjo un jugador de primer nivel sigue siendo Valle Dorado, un rancho perdido entre los cerros de Villa Alemana donde Nano Zuleta formó a Nicolás Massú. Y de eso pasaron más de veinte años ya.

Entonces las miradas se vuelcan a la Federación de Tenis de Chile, cuya misión no tendría por qué ser formar jugadores. Como lo dice su nombre, es una federación que agrupa a las asociaciones regionales y las representa internacionalmente, pero ha tenido que asumir igual la tarea de apoyar a los tenistas jóvenes, no siempre teniendo los recursos para hacerlo, no siempre haciéndolo bien cuando sí los ha tenido. Pero, al final, la estructura y el apoyo siempre han sido escasos o de corta duración y, década tras década, es la materia prima la que determina si el tenis chileno (o los tenistas chilenos, más bien) brillan. En palabras simples: siempre se está dependiendo de que “salga” algún jugador bueno.

¿Tiene que ser esto así? No, necesariamente. Pretender tener en Chile planes de desarrollo y sistemas de formación como los de las potencias de este deporte es ridículo, pero tampoco es errado decir que en otros deportes sí existen esas estructuras y el ejemplo más obvio es el fútbol. Podrá decirse que el fútbol chileno no es bueno, que el torneo local es deficiente, que las sociedades anónimas no han sido ninguna solución, pero el “fútbol chileno” como tal sí existe. Están los clubes, tienen divisiones inferiores, captan talentos, tienen donde entrenar, hay una continuidad. Podrán ser mejores o peores, pero siempre existirán varios centenares de futbolistas chilenos profesionales.

Para que algo parecido ocurra en el tenis tienen que pasar muchas cosas que están lejos de suceder. Por ahora, sigamos esperando que Garín, Jarry, Barrios o algún otro den el salto, para que al menos podamos decir que sí hay “tenistas chilenos” destacados.