Super Bowl LII

La venganza más larga de la historia de la NFL

La carrera como jugador de Frank Reich vivió el momento más amargo frente a Bill Belichick. Como entrenador, ha sido el más dulce.

Mi abuela, que en paz descanse, pasó un montón de hambre. Casi una decena de hermanos en una pequeña aldea del Suroccidente de Asturias. Luego, la Guerra Civil y la postguerra en Madrid. Me contaba que la primera vez que comió un plátano en su vida le pareció el sabor más asombroso imaginable, y que se zampó también la piel. No iba a tirar la piel de una fruta.

Con aquel hambre construyó una familia, construyó su vida. Los meandros de la existencia le permitieron vivir su vejez sin apuros, aunque bien sabe Dios que sin excesos. Los únicos que se permitió fueron para sus nietos, para nosotros. Un donuts alguna tarde. Una entrada para el Parque de Atracciones. Mil duros el día del cumpleaños. Y que se nos quitara de la cabeza cualquier tontería. No nos permitía dejar nada del filete, ni los nervios. No se tiraba ni el borde del lomo. Y, con lo que sobraba toda la semana, hacía el mejor arroz con ropa vieja que os podáis imaginar. De la necesidad, virtud. De las cicatrices del hambre, la sabrosa cocina en la que todo sirve y todo sabe rico.

Las dos fotografías que encabezan este artículo están tomadas el mismo día. El 27 de enero de 1991. El partido que narran es la Super Bowl XXV ganada por los New York Giants a los Buffalo Bills por 20 a 19. A la derecha se ve a un joven Bill Belichick, coordinador defensivo de los Giants, gran protagonista de un plan de juego legendario que limitó al que era, con mucho, el ataque más explosivo, imaginativo e imparable de la NFL. A la izquierda se ve a Scott Norwood, kicker de los Bills, en el momento preciso en el que fallaba un field goal de 47 yardas con el tiempo cumplido para dar nombre al partido, que pasó a llamarse "Wide Right", justo las palabras que usó Al Michaels en la retransmisión televisiva para describir el fallo.

Si os fijáis un poco más, como holder podéis ver al #14 de los Buffalo Bills, el que era el quarterback suplente del equipo, por detrás del mítico Jim Kelly, y cuyo nombre es Frank Reich. Sí, el mismo Frank Reich que es el coordinador ofensivo de los Philadelphia Eagles y que se acaba proclamar campeón de la Super Bowl LII.

No puedo olvidar algunas imágenes del documental "Four Falls of Buffalo" de la serie "30 for 30" de la ESPN. La película cuenta como aquellos hombres perdieron cuatro Super Bowls seguidas, y lo que observamos de su actitud ante tal calibre de decepciones oscila entre la nostalgia, con sordo dolor de fondo, y el qué pudo ser. Allí, Reich, al menos a mi entender, aparece como el único que es capaz de analizar por encima de los sentimientos y, en hoy premonitorias palabras, se muestra convencido de que los Giants habían conseguido sacarles de su ritmo, de su juego, con una defensa que dictó su voluntad a placer.

Frank Reich ya entonces era un entrenador, aunque se vistiese de jugador. Asesoraba y aconsejaba a Kelly todos los días. Era su mayor confidente y su gran apoyo. A Reich no se le iba de la cabeza el trabajo de Belichick en aquel partido. Y de ese hambre hizo virtud.

Se presentó en la final de Minneapolis del pasado domingo con eso en mente. Cogió todo lo que Belichick le había enseñado por la bravas, de la manera más dolorosa posible, y lo puso en el campo del US Bank. Su ataque, con Doug Pederson de jefe, fue agresivo, dictó su ley, cambió a Jeffery, Ertz, Ajayi, Blount, Clement... de rol para desquiciar a una defensa normalmente estable, y usó a Nick Foles como pocos esperaban que hiciera.

Diecisiete años después, el quarterback suplente de los Bills y el coordinador de ataque de los Eagles fueron la misma persona en distintos lados del triunfo. La venganza se había ejecutado, al fin. El hambre, las cicatrices, el arroz con restos, le han acabado dando el anillo a Frank Reich. Y yo me alegro. No os podéis imaginar cómo me alegro.