Un adiós indigno de Pinilla
Mauricio Pinilla, candidato a ídolo eterno de Universidad de Chile, se va del club de sus amores... entendiendo que el amor es un sentimiento que muchas veces nubla a la razón.
Pinilla tenía todo para ser feliz, pero una acción incomprensible y que solo se entiende como una maniobra para mejorar las condiciones contractuales que ya le habían mejorado un par de semanas antes, arruinó todo. ¿Cómo nadie fue capaz de decirle que la mejor forma de conseguirlo era anotar muchos goles y no muñequear?
Azul Azul le dijo a Pinilla que no puede seguir en el club, porque la institución está por sobre las personas. Universidad de Chile es mucho más que un club de fútbol o el nombre de fantasía de una sociedad anónima deportiva profesional. Representa la principal casa de estudios superiores del país, la segunda institucional educacional más antigua de la República después del Instituto Nacional. Y, aparte de las consideraciones históricas, la mística de miles de seguidores que se consideran a sí mismos como los más fieles y apasionados del país.
Carlos Heller tiene razón. La U no está para la chacota ni los caprichos de nadie. El directorio lo aclaró en todos sus puntos y el temor a que la medida fuese impopular se disipó rápidamente: nunca en la vida los hinchas azules estuvieron más de acuerdo con sus dirigentes.
La pelota quedó ahora en los pies de Pinilla. Azul Azul lo conmina a firmar el finiquito para regularizar su situación con Colón de Santa Fe. El ariete, según la concesionaria, firmó el contrato con los sabaleros. Con eso, el problema es de él con los argentinos y la U no tiene nada que ver en el entuerto.
Sería bueno saber qué motivó a Pinilla y a sus asesores a actuar así y dilapidar tanto por tan poco. Desperdició la posibilidad de quedarse a vivir en la U, porque había planes interesantes para él después del retiro. Y perdió el amor irrestricto de los hinchas de la U, algo valioso y que no se compra ni con todo el dinero del mundo. Los fanáticos hoy ni siquiera lo odian. El nombre del goleador les es casi indiferente. Y eso, de verdad, es peor que el odio.