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ORTEGA

Futbolistas vs entrenadores

Actualizado a
Futbolistas vs entrenadores
JAVIER SALVO/PHOTOSPORT

La franqueza se agradece, pero por muy transparente que seas esto no significa estar en lo correcto. Es la sensación que dejan las declaraciones de Felipe Gutiérrez, abordando la salida de Gustavo Poyet desde la dirección técnica de Universidad Católica. El zurdo, quien recién sumó la quinta titularidad en el Campeonato Nacional 2021, aseguró que el adiós del uruguayo fue para mejor y que ahora la actitud del plantel había cambiado. Definitivamente, la cosa estaba harto mala en San Carlos de Apoquindo. 

Los dichos de Gutiérrez son la expresión de otro desencuentro entre futbolistas y entrenadores que termina con el DT fuera del club. Resulta difícil recordar episodios en que el responsable técnico no haya sido el perjudicado. Siempre el que se va termina siendo la cabeza del grupo, como si los que juegan no tuvieran ninguna responsabilidad. A propósito, hubiera sido genial escuchar también la autocrítica colectiva del mediocampista de la UC, porque tras sus palabras la sensación es de que el único malo de la película era Poyet y todo los demás solo víctimas inocentes.

En su fallido paso por Chile, el uruguayo bajo ningún punto de vista queda absuelto. No cumplió con las expectativas y tiene harta responsabilidad en el retroceso futbolístico de los cruzados. A lo que pasaba en la cancha, sin asunto, además le agregó ese aire de supremacía por haber nacido donde nació y provenir de los lugares en que jugó y también dirigió. Bueno, parece ser una época de superioridades morales, como si cada uno de nosotros no tuviera su yayita. La mayoría, y no solo en el fútbol, es pulcra, limpia, sin los pecados de antes y además nos van a salvar del mal. ¿No fue eso lo que quedó en el aire tras las palabras de Gutiérrez?  

El tema es que lo sucedido en la UC otra vez pone en el tapete del fútbol chileno la complejidad del vínculo entre jugadores y DT. Somos súper buenos para andar hablando que el entrenador es que el manda, que él es quien define la forma de jugar del equipo, que nadie tiene la titularidad asegurada y blablablá. Sin embargo, los hechos parecen demostrar lo contrario, que también a nivel local el peso de los jugadores llega a ser tal que finalmente es el DT quien debe tomar sus cosas y mandarse cambiar.

Una lástima, porque los únicos y grandes logros internacionales del fútbol chileno fueron con técnicos empoderados, con jugadores dispuestos a trancar con la cabeza si era necesario y sin confusiones respecto de la conducción del grupo. Las revoluciones de Fernando Riera, Mirko Jozic y Jorge Sampaoli se concretaron bajo liderazgos sin dobles lecturas de los roles en un plantel. Aunque parezca obvio, a veces tiende a olvidarse que la base, para ser competitivos, es que el jugador juegue y el entrenador dirija. Si esto no ocurre, la mayoría de las veces no hay futuro.

Tampoco hay que confundirse, eso sí. Este escenario, en ocasiones, suele ser campo fértil para la irrupción de dictadorzuelos, pequeños semidioses que se las saben todas y no tienen idea de lo que es el respeto ni la empatía hacia el jugador. Como sea, la división de roles en un plantel, bajo ningún punto de vista, constituye un ámbito para pasar por encima del otro. La clave en esto es que el futbolista también entienda, definitivamente, que la incorporación de las habilidades blandas en el campo de la dirección técnica no ocurrió para que el entrenador haga lo que les cante a los miembros del plantel.