Mike Stewart: el hombre que nunca salió del mar
A los 62 años, Mike Stewart sigue escribiendo la historia del bodyboard. El hawaiano, considerado una leyenda viviente y uno de los fundadores de la disciplina, encontró en el océano la eterna juventud que lo mantiene compitiendo al más alto nivel y defendiendo las olas como patrimonio social y natural.
El sol de Antofagasta cae lento sobre la costa. Entre decenas de jóvenes que esperan turno para entrar al agua, hay un hombre que carga su tabla con la calma de quien lleva más de medio siglo deslizándose en olas. Mike Stewart, leyenda del bodyboard, parece inmune al paso del tiempo. A sus 62 años, sigue enfrentando tubos imposibles con la misma pasión que en sus años dorados en Hawái.
“Lo primero es querer tener un cuerpo funcional cuando envejeces. Si quieres seguir disfrutando el océano, debes cuidarte. Nada llega solo”, dice, mientras observa el mar con una serenidad que mezcla disciplina, sencillez y gratitud.
Una infancia marcada por el mar
Stewart creció en Hawái, en un mundo donde la playa no era destino de vacaciones, sino extensión del hogar. Su padre, surfista, le transmitió la costumbre de deslizarse en las olas con lo que hubiera a mano: pedazos de madera, planchas improvisadas, incluso sin tabla y usando su cuerpo. Todo cambió cuando apareció un invento que transformaría su vida: el bodyboard de Tom Morey, el inventor de las tablas de bodyboard como las conocemos hoy.
“Era algo completamente distinto: cómodo, fácil de usar, perfecto para aprender. Tom fue un amigo, un mentor, una figura paterna para mí. Marcó mi camino”.
Desde entonces, Stewart nunca dejó de competir y buscar las olas más tubulares, más rápidas, más desafiantes. Su obsesión por esa relación íntima entre cuerpo, tabla y ola lo convertiría en pionero y referente mundial.
El espíritu de comunidad
Aunque suene a deporte solitario, el bodyboard se convirtió para Stewart en una red que une continentes. “Donde viajes, siempre hay alguien que comparte este lazo. Es una hermandad que trasciende idiomas y fronteras”.
Esa comunidad lo acompaña ahora en Chile, donde el Club Budeo de Antofagasta trabaja con niños para formarlos desde el mar. Stewart sonríe al hablar de ellos: “El océano canaliza la energía juvenil. Les enseña valores y les da un camino positivo. Es uno de los mejores regalos que se le puede dar a una comunidad”.
Chile: un país de olas infinitas
El hawaiano no escatima en elogios para el litoral chileno. “Es una de las costas más consistentes que he visto. Es como un embudo de olas en el Pacífico: siempre hay un lugar para surfear”.
Pero detrás del entusiasmo, también hay advertencia. “Aunque el litoral es largo, las olas de calidad son pocas. Esos lugares son tesoros. Si una ciudad tiene una ola buena, debe protegerla. Si la pierdes, no vuelve”.
Las olas como patrimonio
Stewart baja el tono cuando habla de las olas. Ya no es el competidor ni el atleta, sino el hombre que ha visto cómo comunidades enteras giran en torno a un solo rompiente. “Aunque la costa es larga, las olas de calidad son pocas. Cuando una ciudad tiene una ola buena, tiene un tesoro. Si la pierdes, no vuelve”, advierte con la convicción de quien ha vivido medio siglo mirando al mar.
Su mensaje va directo a quienes toman decisiones. “Los gobiernos deben comprender que las olas son un recurso único. Un buen rompiente puede ser el centro de una cultura, un lugar donde la gente se encuentra, se cuida y se conecta con la naturaleza. Perderlo es perder mucho más que una ola: es perder parte de la identidad de una comunidad”.
Para Stewart, no se trata de romanticismo. Se trata de economía, cultura y salud mental. En cada ola, insiste, hay una fuente de bienestar colectivo que debe ser protegida con la misma seriedad que un bosque o un río.
Un legado que no se detiene
Mike Stewart no habla desde la nostalgia. Cada frase suya vibra en presente. “El océano es un recurso gratuito, increíble. Y el bodyboard es quizá la mejor forma de empezar a conocerlo. Te enseña rápido, te conecta con la naturaleza, y te cambia la vida”.
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A los 62 años, sigue compitiendo contra riders de la mitad de su edad. Cada entrada al mar es una reafirmación: que el tiempo puede pasar, pero la relación con las olas permanece intacta. Stewart no es solo un deportista: es un testimonio vivo de que el mar no envejece a quienes saben escucharlo.
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