¡11 minutos!
El asunto no quedará aquí y va a sumar nuevos episodios. En Universidad Católica siguieron con el grito en el cielo, entre otras cosas, por los 11 minutos de tiempo adicional del árbitro Felipe González ante Colo Colo. Cayó en el Clásico en ese tramo decisivo y aún lamentan la decepción en el Monumental. Fueron dos goles de táctica fija, en acciones con balón detenido, y así el golpe suele ser más fuerte. Existe margen para ordenar las marcas, profundizar la comunicación defensiva y no ser sorprendidos, sobre todo si el partido ya expira. No ocurrió así con los dirigidos por Nicolás Núñez.
Más allá de lo sucedido, la contingencia pone de relieve un asunto que debería ser capital en el afán por progresar y tener un estándar de mayor competitividad interna y en Sudamérica. Parece ser un fenómeno mundial, pero acá se ha profundizado mayormente: la disminución del tiempo efectivo de juego en cada partido. Somos súper encachados para incorporar los elementos negativos del exterior y no así lo que contribuye a que las cosas sean mejores.
La cifra más próxima surge de un balance conocido cuando concluyó la primera rueda del Campeonato Nacional 2023. A principios de julio, nos enteramos que el tiempo real de juego había aumentado en promedio a 50,1 minutos, superando los 48,3 del torneo anterior. Algo es algo y quejarse parecería medio absurdo, pero si miramos al primer mundo la diferencia es abismal. Un paso clave en la mejoría siempre tiene que ser echar un vistazo a los lugares que la llevan a modo de faro en lo que se pretende lograr.
Estamos lejos de las ligas importantes. En agosto y una vez terminada la temporada europea, la FIFA dio a conocer una serie de datos de las ligas del viejo continente con mayor desarrollo del tiempo efectivo de juego. El podio lo encabezó la Bundelisga con un promedio de 55,20 minutos y luego aparecieron la Ligue 1 y la Premier League con 55,09 y 54,46 minutos, respectivamente. Pero fue la Champions League la que capturó la atención. El certamen que se adjudicó el Manchester City en la final contra el Inter de Milán registró una media que ascendió a 60,07 minutos. Una locura, ahí sí que se dedican solamente a jugar, a diferencia de lo que sucede con ‘nuestra’ Copa Libertadores.
En las próximas fechas, acá aumentará la pérdida de tiempo y seguirá deteriorándose la cifra de minutos reales de juego. Estamos en la fase decisiva de 2023 y la trascendencia de los resultados es mayor, aunque sumar tres puntos valga lo mismo en la jornada 26 que en la 12. Se definirán los equipos que perderán la categoría y al nuevo campeón en una disputa que aparentemente se hará más estrecha entre Cobresal, Huachipato y tal vez Colo Colo. Habrá más atenciones médicas por situaciones de ¿calambres?, sobre todo en el caso de los arqueros. ¡Qué manera de sufrir dolorosas contracciones musculares involuntarias en la zona de las pantorrillas! Resulta inverosímil, porque siempre es lo mismo cuando el partido está por terminar y sus equipos vencen.
Como no hay espacio, voluntad ni interés por progresar en la mejoría del tiempo efectivo de juego, hoy la única salida posible es el castigo o la sanción. Por ejemplo, los 11 minutos adicionales en el Monumental fueron un dardo directo hacia la UC por alargar cada reinicio o interrupción del duelo. En una suerte de ‘Mundo de fantasía chilensis’, imaginamos a clubes, dirigentes, entrenadores y futbolistas alineados en una propuesta macro para que haya más acción en las canchas. No se puede, lo único que queda es aumentar los tiempos adicionales. Si tienen que ser 11 o más minutos, es la única salida posible. Jugar, jugar y jugar hasta que duela.