Qué difícil es ser Nico Jarry
Luego de obtener su segundo título ATP en Santiago ante Tomás Etcheverry, en Twitter vi una emotiva imagen de Nicolás Jarry. Sentado en su banca y tapado con una toalla, lloraba desconsolado después de ganar. En la escena, lo acompañaba su fiel compañera, Laura Urruticoechea, quien lo contenía.
Pero esa foto no era tras vencer a ‘Retu’. La realidad es que correspondía al 16 de febrero de 2021, minutos más tarde de su victoria contra Camilo Ugo Carabelli, que lo metía nuevamente en el ranking luego de la suspensión por dopaje que tuvo en 2020.
En San Carlos de Apoquindo, la postal se repitió, pero con un integrante más: Juanito, el hijo de la pareja que se robó la película en la pista central gracias a su ternura y tranquilidad. Entre esas imágenes, pasaron 747 días, pero no fue solo un número. Fue tocar fondo, no encontrar la salida, convivir con la soledad interna, las pocas ganas de entrenar y la mirada rara del ambiente por dicho castigo.
Fueron 747 días en los que Laura y, posteriormente, Juanito, no lo dejaron solo. Tampoco sus padres, hermanos y el resto de familiares de Nico, que son del mundo del tenis y que saben cómo se maneja el negocio. Los hinchas fieles tampoco le dieron la espalda. Fueron días de pérdidas de auspicios, de lanzamiento de emprendimientos propios, de cambios de entrenador y raqueta, todo para buscar la vuelta a la élite.
Porque no podemos obviar una cosa. Antes del castigo, Jarry estaba bajo de confianza y nivel. Sin ir más lejos, ganó el ATP de Bastad y después no se reencontró más con el triunfo. Y es que claro, en el año y medio suyo en el tour, los rivales lo conocieron y supieron cuál era la táctica para complicarlo. Ese Jarry jugaba al palo por palo sin, muchas veces, pensarlo. Por eso es que los pasabolas arcilleros lo metieron en laberintos que desembocaban en uno y otro error no forzado. Pero ese ‘Nico’ ya no está más.
Jarry confió a ciegas en Juan Ozón, su actual coach español. Soy sincero, los primeros meses creí que el vínculo no duraría porque no veía cambios en su juego. El plan era el mismo: pegar fuerte, buscar los winners, pero muchas veces desordenado. También reconozco que creía que no era la persona adecuada para volver al lugar del que nunca debió salir. Pero él creyó a muerte en el proyecto.
Cada vez que habla de su actualidad, el chileno engloba todo a los últimos dos años de su vida. Menciona el proceso, y mucho tiene que ver Ozón, porque lo convenció con su idea, al punto que la respeta a rajatabla. Dijo que su última pretemporada había sido la mejor de su carrera y elogió la planificación del coach y su equipo. Estuvo solo en Barcelona metiéndole horas de físico y tenis. Y en este 2023, los frutos se vieron de entrada.
Los primeros síntomas de mejoría se vieron en Australia. La derecha con efecto, variando velocidades y alturas, moviéndose mucho más rápido lateralmente, usando slice para defender y resetear el punto. Contra Miomir Kecmanovic jugó un partido impecable y si hubiese sido un poquito más regular, se llevaba el duelo ante Ben Shelton, que después la terminó rompiendo en Melbourne. Los vaivenes eran lógicos de un proceso nuevo.
Después vino la Copa Davis. No recuerdo versiones tan dominantes como contra Alexander Bublik en La Serena. Claro, el kazajo odia la arcilla, pero ese es su tema. Nico no se desenfocó y le dio la confianza necesaria al equipo para ganar la serie contra Kazajistán.
Y después… después vino la gira sudamericana. Partió con un tropiezo en Buenos Aires perdiendo en la qualy contra Felipe Meligeni, pero ¿quién dice que no fue para mejor?
Partió a Río para encarar la clasificación de un ATP 500 que lo había tratado extraordinario en el pasado, con una semifinal. Mostró contundencia en la qualy y luego la rompió en el cuadro. Borró a Musetti (Top 20), Pedro Martínez (campeón en Santiago el año pasado) y Sebastián Báez, antes de estar a nada de derrotar a Carlos Alcaraz, dos del mundo.
Voló a Chile, entrenó una hora por la noche, descansó un día y tuvo que meterse a la cancha para batallar con Juan Pablo Varillas. Hizo lo mismo con Diego Schwartzman, Yannick Hanfmann, Jaume Munar y Etcheverry. Este lunes ya es el 52 del mundo, pero pasó mucho entremedio de esos dos abrazos que quedarán marcados para siempre en su vida.
No es fácil ser Nico Jarry. O al menos, no sé cuántos podrían haber decidido volver a pelear después de lo que le pasó. Él lo hizo y se ganó con creces esos abrazos. No tengo dudas que en el futuro habrá muchos más.