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En la notable película Buenos Muchachos de Martin Scorsese, el personaje principal de Henry Hill es un gánster que siempre quiso tener el poder que finalmente consiguió. Sin embargo, ese mismo poder absoluto terminó siendo su condena. El filme cierra con Hill atrapado por la Policía, el FBI y todos los estamentos del Departamento de Justicia de EE.UU. Para evitar la cárcel, el gánster revela todos sus secretos, rompiendo así los códigos más sagrados del hampa, delatando a sus compañeros a cambio de ser protegido por el estado norteamericano. Con una nueva identidad, Henry Hill vive como cualquier hijo de vecino, en una ciudad extraviada en el corazón de un Estado perdido, mientras sus camaradas se van directo a prisión.

Cualquier similitud con la situación de Sergio Jadue no es casualidad. No es coincidencia. Es una historia demasiado parecida.

La caída del presidente de la ANFP fue escrita en este sitio hace varios meses. Años quizás. Como dice mi amigo Danilo Díaz, Premio Nacional de Periodismo Deportivo, el archivo no muerde. Allí está todo. Lo que no quisieron ver. Lo que no les convenía ver.

Quizás el poder le llegó demasiado joven a Sergio Jadue. Y de manera inesperada. Después que Jorge Segovia derrotara a Harold Mayne Nicholls en las elecciones de la ANFP, después que la elección fuera impugnada, no había candidato posible. Nadie que cumpliera los requisitos reglamentarios necesarios. Apareció este joven dirigente de Unión La Calera, de entonces 31 años, asumiendo el fierro caliente de suceder a Mayne Nicholls, de afrontar la partida de Marcelo Bielsa y tomar las riendas del fútbol chileno. A Jadue lo pusieron allí hombres como Jorge Segovia, Gabriel Ruiz Tagle, José Yuraszeck. El primero, fugado del país. El segundo, protagonista del escándalo de la colusión. El tercero, condenado por la Justicia por el Caso Chispas. La lista sigue, pero nadie asume. Hoy parece que Jadue llegó solo, se inventó solo. Lo dejaron absolutamente solo.

Jadue se creyó el cuento. Y cómo no hacerlo. Se encontró con un poder que jamás imaginó. El calerano no era un hombre millonario. No provenía de alta alcurnia. Aparecieron los viajes por el mundo, los viáticos jugosos, las enormes negociaciones, el círculo de amistades poderosas, entrar en el concierto siempre oscuro y tenebroso de la dirigencia sudamericana. Jadue se sentó en la mesa de los importantes. Los Grondona, Figueredo, Blatter, Leoz, Napout. Aparecía incluso como el delfín, llegando a ocupar una de las vicepresidencias de la Conmebol. No pocos lo veían con condiciones para seguir escalando en el vecindario.

Jadue era el presidente de la ANFP cuando Chile ganó el primer título de su historia. Eso quedará para siempre. Pudo cruzar la puerta más gloriosa del fútbol nacional. Inscribir su nombre en la historia, en el legado imperecedero que dan las victorias.

Pero la codicia puede más. No fue capaz de controlarse ante las tentaciones. Los poderosos señores de la mesa comenzaron a caer de a uno. Sin Grondona, fallecido, el castillo de naipes se derrumbó. El escándalo de la FIFA tuvo su capítulo en Sudámerica. La venta de los derechos de televisión de la Copa América fue el detonante. Pero a nivel interno ya había ruido. Los derechos de transmisión de la selección, sin licitación ni concurso. El millonario contrato con Nike. El CDF. Varias nubes negras sobre el dirigente.

Jadue no pudo más. Como Henry Hill, habló. Pidió protección para él y su familia. Huyó a Estados Unidos. El rostro serio, el tono adusto y algo soberbio de sus declaraciones, cambió de plano la noche del martes 17 de noviembre, cuando se embarcó a su nueva vida. Flanqueado por policías en Chile. Recibido por policías en Norteamérica. El auge y la caída en toda su dimensión. El arco completo. Recordando otra vez a Scorsese, en El Lobo de Wall Street, aparece el camino de Jordan Belfort, interpretado por Leonardo Di Caprio, quien llega a la cima del poder económico, a la cúspide, para caer en rodada. En su derrumbe, caen varios a su alrededor.

Otra vez, la alusión no es casualidad.

Sergio Jadue ni siquiera me provoca rabia o encono. Al ver su caída, la forma cómo se fue, escapando junto a su familia, me da pena. Lástima. Y eso es peor aún.