Tapando bocas
Hace rato que me perdí. No sé en qué momento el fútbol se transformó en una actividad que tiene como motivo último “tapar bocas”. Los que ganan desenfundan la frase apenas se les acerca el micrófono. Ya no existe la dedicatoria a la madre, el padre, la profesora básica, el entrenador de las inferiores o el vecino que lo llevaba a entrenar en la Citroneta. Ahora se usa identificar todos los potenciales enemigos, los que miraron feo, los que no creyeron, o no se dieron cuenta, los que dudaron, los escépticos, los otros todos que no son incondicionales.
Apenas se gana el partido o termina la vuelta olímpica, parte la cacería de los “tapabocas”. Hay que aplacar el dolor del alma como puedan. No es momento de disfrutar el triunfo propio sino de mirar con placer la derrota ajena.
Y esto no corre sólo para los protagonistas en la cancha, por supuesto. Los que están en la tribuna, frente a la pantalla o se enteran por Twitter del resultado también tienen vela en el entierro. Consumado el logro corren a sus computadores a “tapar bocas” a “dedicárselo a mengano o zutano”. Entonces el mundo virtual, que se va comiendo poco a poco al mundo real, se llena de “tocadas de oreja”, sacadas en cara, burlas, desahogos histéricos, garabatos ardientes y bilis de distinto grosor. Un vertedero.
Me quedó grabada la imagen de las tribunas en el Tierra de Campeones luego de que Iquique abriera la cuenta frente a Católica, una toma del público mostró a varios forofos de camiseta celeste enajenados tomándose la entrepierna con fruición y levantando el dedo del medio hacia la cámara. El destinatario eran todos los que veían, el mundo entero de ser posible, porque son de cartón, unos falsos, unos chaqueteros, unos tirapabajo hijos de mala madre que no creyeron en nosotros, tuyasabe. No les importaba el gol, sino que la “chupen”.
Antes del partido decisivo en Temuco hinchas del cuadro local se quejaban de algo inespecífico, una humillación que no pudieron precisar, una herida abierta de origen desconocido sin mayor fundamento, pero que dolía mucho, que laceraba el alma y por lo tanto iban a la cancha muy enojados. Entonces vino la frase para el bronce: “Nosotros que somos los únicos que representamos a Chile de verdad”. Tesis difícil de defender para Deportes Temuco y sus seguidores, pero en este coro de ofendidos y maltratados por el mundo que son los hinchas del fútbol, una frase disparatada de ese calibre no suena extraña. Ir al fútbol se ha transformado en una expiación de antiguos martirios. Al parecer, el sólo hecho de alentar a tal o cual, te confiere una garantía de pureza y honestidad sublime. Que de tan transparente e inmaculada, cubre de llagas cada centímetro de la piel. Por lo tanto exige venganza permanente, enemigos constantes y martirio infinito por la espada.
Terminado el citado duelo en el Germán Becker, vino un revelador tuiteo en la cuenta oficial de Universidad Católica. La primera reacción tras obtener el bicampeonato es mandar un recado a recientes pícaros (Unión Española, José Luis Sierra, Esteban Paredes) que algún momento les había señalado su condición de “segundones” (otra imbecilidad de reciente factura). Es decir, la reacción espontánea, la primigenia, la más natural de todas ante un logro inédito para el club, fue salir a la “cacería” de quienes los habían humillado o ridiculizado en algún momento.
Al final la producción cultural de este deporte se limita y se construye sólo para el homo semi habilis de tablón (real o virtual). Pero no cualquiera, tiene que ser uno que no haya superado mentalmente los cachuchazos, los escupos y los “colocados no cobra” de octavo básico. Uno en plena edad de la manflinfla. Ese espinilludo emocional que parece gobernar el fútbol chileno en todos sus estamentos.