El cuento de las Marcianitas
Recuerdo claramente la noche del sábado 7 de octubre de 2006. Chile le gana con gol de oro de Fernanda Urrea a España en el Gimnasio Olímpico de San Miguel, en Salesianos con la Ochagavía, donde alguna vez estuvo el estadio Canaempu, que era una cancha de tierra, en el corazón de San Miguel. Las chicas, a quienes apodaron Marcianitas, se convertían en campeonas del mundo precisamente en la comuna más identificada con el hockey sobre patines.
No cabía un alfiler dentro del GOM, un recinto que el ex alcalde Juan Claudio Godoy encargó construir sin pilares atravesados para que no estorbaran a las cámaras de televisión. El edil quería que fuese un escenario de grandes logros, para darlos por la tele. La familia del hockey, que ha vivido históricamente dividida por rencillas, celebraba mancomunada en torno a la victoria. Y eso que sabían de éxitos: tres veces quedaron terceros del mundo en adultos y dos vicecampeonatos Sub 17. Hasta ahí, todo perfecto.
Recuerdo al Negro Quintanilla, uno de los mejores arqueros de la historia y entrenador del equipo, quien entre lágrimas de emoción reclamaba a viva voz que nadie los auspició. La final la dieron por el cable y no por TV abierta. En eso apareció la subsecretaria de Deportes, quien declaró ante los medios que el patinódromo del Estadio Nacional sería con piso de madera y bajo techo. Llegó también el ministro Secretario General de Gobierno de la época, quien bromeó con que las chicas "eran más buenas que el pan con mortadela". Reconfirmó que habría estadio, recursos para prepararse, sueldos, fama, fortuna y gloria eterna. Les faltó decir que la calle principal de Santiago pasaría a llamarse Alameda de las Marcianitas.
Nada de eso pasó. Las chicas siguen siendo amateurs, estudian o trabajan y entrenan con un profesionalismo ejemplar, no tienen vacaciones y consagran su vida al deporte. La siguen rompiendo y en sus corazones existe una sombra que mezcla rabia con pena e impotencia. Ellas tienen clarito que al regreso a casa, después de ser terceras en el Mundial de Francia, nuevamente habrá autoridades llenas de promesas y deseosas de fotografiarse con ellas. Y, seguramente, ellas les ofrecerán su mejor sonrisa.
Me tinca que si algún día les cumplieran las promesas, no les iría tan bien. Suena descabellado, pero estoy seguro que la adversidad las hace más fuertes. Algo parecido al discurso de un seleccionador nacional antes de ser rostro publicitario: amauterismo y amor por el escudo.