Guarello
El califato
No puede sorprender la velocidad con que la ANFP denunció al tribunal de penas la riña mediática que se desató entre Jhonny Herrera, Emiliano Vecchio y el preparador físico de Colo Colo Juan Ramírez. Todavía calientes las palabras en el micrófono o las letras en el Twitter y desde Quilín ya rasgaban vestiduras con el fin de aplicar el artículo 68. Éste, ya lo sabemos, tiene un arco de interpretación casi ilimitado y por lo tanto, como se avivaron en la ANFP luego del caso Barroso, puede ser desenfundado a discreción, cercenando cualquier ruido, cualquier disonancia que generen los futbolistas.
Ley mordaza con todos sus colores si me preguntan. El mentado 68 señala que se sancionaran "las injurias u ofensas en contra de las autoridades, nacionales o internacionales, del fútbol o de toda persona sometida a la jurisdicción del tribunal". Queda claro, a los dirigentes, no solo los chilenos sino que también los de afuera, no se les puede decir nada que se “interprete” como injuria u ofensa. Digamos, con este articulado, en Quilín están bien a resguardo. Pero, hete aquí, que no les basta. Quieren hacer tabla rasa de cualquier sonido que se aparte de lo básico. Es decir, en la ANFP, quieren aplicar a punta de varapalo del debate nivel CDF. Usted ya lo conoce y lo padece, el que no sale del “trabajo de la semana”, “estamos trabajando para lograrlo”, “yo sólo vendo trabajo”, “son todos los rivales difíciles” o “de aquí en adelante son todas finales”.
Si nos atenemos estrictamente a la letra, la ANFP y el tribunal de penas no tienen por donde aplicar el 68. Porque Herrera, Vecchio y Ramírez tuvieron una pelea personal, de mal gusto, desubicada, desagradable, pero personal. Nunca ofendieron a ninguna autoridad nacional o internacional. Tampoco fue cuestionado el campeonato o la organización del fútbol chileno. Nada. Y aún así quieren que los castiguen, forzando el reglamento y esperando una actitud obsequiosa y servil del tribunal de penas.
Ya está visto. En la ANFP aprovecharán toda oportunidad para meterle la mordaza a los jugadores, entrenadores o cualquiera que esté sometido a su califato, perdón, a su administración.