Hernández
Dios nos pille confesados
Luego de la escandalera por el recorte presupuestario a los deportistas de elite para destinar parte de ese dinero a la compra de entradas para el mundial sub 17 de octubre próximo –lo que se revirtió tras el reclamo de los afectados– hoy el foco empieza a apuntar a lo netamente futbolístico de cara a un campeonato que está a la vuelta de la esquina. La pregunta es una sola: ¿de qué seremos capaces como anfitriones en esa copa del mundo?
Inevitable es situarse por un momento en un escenario negativo tras del estrepitoso fracaso de la sub 20 en Uruguay y las múltiples voces que critican desde la estructura de las selecciones menores hasta el reglamento que permite la existencia de siete extranjeros en los planteles de primera división y cinco en cancha taponeando a los más jóvenes. Poco contribuye que el presidente de la ANFP Sergio Jadue diga que lo de Maldonado fue un rotundo fracaso y el seleccionador Hugo Tocalli sostenga que no se puede hablar de tal porque lo que cuenta es el desarrollo futuro de los futbolistas. ¿En qué quedamos? Son señales confusas. Yo, al menos, estoy con la opinión Jadue.
Qué duda cabe que haber prescindido de Mario Salas por una discusión con el preparador físico Alejandro Tocalli fue una torpeza (en cualquier parte del mundo hubiera salido el PF pero en este caso era hijo del jefe técnico de las selecciones menores). Salas estuvo a minutos de meter a Chile en semifinales de un mundial sub 20, merecía más respeto y flexibilidad de las partes. “Es él o yo”, habría dicho Hugo Tocalli. Primer gran error.
El segundo yerro fue haber aguantado más allá de toda lógica a Claudio Vivas. Un entrenador que ganó cuatro de 23 partidos y tuvo una paupérrima participación en el torneo Esperanzas de Toulón no debió durar lo que duró. Por muy discípulo de Bielsa que haya sido. Se perdió tiempo invaluable y el resultado está a la vista.
Hoy por hoy el contexto es definitivamente poco favorable para una generación como la sub 17 que no tiene por qué hacerse cargo de errores ajenos. El pesimismo nos invade y atormenta. Volvimos a los tiempos de la calculadora y a ver fantasmas por doquier. Ahora bien, ¿por qué el equipo de Grelak va a estar necesariamente destinado al fracaso? No señor, son historias distintas, procesos diferentes, desarrollos futbolísticos que nada tienen que ver entre sí.
¿Qué tan buena es esta sub 17? Está por verse. Los antecedentes no son para entusiasmarse mucho, pero tampoco para estar deprimidos. Al final, la clave decisiva termina siendo el talento impreso en el ADN de cada generación. Si de resultados se trata, uno podría decir que ojalá el mundial se hubiese jugado con los nacidos el año 97 y no 98. Los muchachos del 97, en especial los que forman parte del plantel de Universidad Católica, vienen jugando juntos y ganando campeonatos. Recuerdo cuando la sub 12 de la UC dirigida por Miguel Ponce le sacó más de 8 puntos al escolta Colo Colo o cuando tres años después siendo ya la sub 15 se adjudicó, de la mano de Hugo Balladares, la Nike Premier Cup en Shanghai. Ese mismo equipo hace un mes llegó a la final de la Copa UC y sólo se inclinó ante Colombia por la cuenta mínima. Pero bueno, esa generación está pasada un año.
El papelón de la sub 20 en Uruguay debe dejar conclusiones importantes. Partiendo por no fijarse en gastos. Grelak ya hizo la pega cuantitativa: evaluó un millar de jugadores. Ahora necesita entrar al área chica e ir a lo cualitativo. Trabajar, trabajar y trabajar. Generar las condiciones para que este equipo tenga roce. No sé si jugar un cuadrangular con Qatar y Estados Unidos en Talca dé la medida de cómo está el equipo y lo que se requiere. Si el técnico estima necesario hacer una gira de un mes por Europa, allá hay que ir. Un mundial sub 17 no se organiza todos los días y Chile no puede solo participar, debe competir. Lo impone su condición de país organizador.