Guarello
La revolución cándida
El fenómeno de las barras bravas ha sido tan mal comprendido en Chile, y de la misma manera ocultado o camuflado en otras dinámicas, que cuando, en 2010, el ex ministro del interior Rodrigo Hinzpeter citó a los medios en una reunión en La Moneda hizo una larga perorata sobre la violencia en el fútbol nacional, todo basado en una análisis comparativo con los hooligans ingleses. De inmediato quedó en ridículo frente a sus interlocutores cuando le señalaron que el fenómeno chileno lejos de parecerse al inglés, replicaba de manera casi exacta el argentino, el de las barras bravas organizadas como bandas delictivas que mantienen una relación de conveniencia con los dirigentes, prestando servicios y recibiendo prebendas. La zona más oscura del fútbol profesional.
Inneccesario es detenernos en el estupor y la humillación de Hinzpeter entonces, el ejemplo sirve para señalar lo poco que se entiende y lo mal que se rotula a las barras bravas que el propio gobierno andaba buscando en cualquier parte la fórmula de solución. Son divertidas, a propósito de esto, algunas opiniones intelectualizadas, como una la semana pasada en El Mostrador, quienes, embriagadas por los cantos y, cuando no, el bendito bombo, le dan a las barras un carácter rebelde, revolucionario y contracultural. De alguna manera se les sindica como una arista del cambio social, una zona liberada del proletariado.
Ante esta mirada cándida es bueno citar al especialista argentino Amílcar Romero, quien lleva 40 años estudiando el fenómeno y es autor de varios libros sobre el tema, y que señala que las barras bravas lejos de ser rebeldes o revolucionarias, son grupos fascistoides, defensores pagados del poder establecido:
“Hay una función de las barras bravas que tiene que ver con el espectáculo. Ahora, en la medida en que entra el capitalismo a pleno en el fútbol, comienza la otra función de las barras. (…) De lunes a viernes son una fuerza parapolicial en el polideportivo donde el plantel se entrena y los domingos tienen el espectáculo de los papelitos y cada tanto producen algún desastre que repercute mediáticamente. Con este movimiento constante, las barras controlan toda la información interna del club. Saben quién va a más, quién va a menos, quién se droga, quién no. ¿Qué aspiración tienen ellos con la capacidad de producir violencia y con la información que manejan? Buscan la tercera pata del trípode del poder: el dinero”.
Ejemplos de esto en Chile hay varios y la confesión del sábado pasado del ex líder de la Coordinación de la Garra Blanca, Francisco Muñoz, está en línea. En radio Cooperativa contó una parte pequeña de las funciones y el dinero que él cumplia para Blanco y Negro. Para los que cándidamente ven una función “rebelde o revolucionaria” en la barra, es bueno señalar que el mismo Muñoz, en sus años de reinado (y sueldo fijo de Blanco y Negro) en Colo Colo, trabajó codo a codo con el encargado de seguridad del club, el ex coronel de Fuerzas Especiales, Osvaldo Jara Soto, quien fue echado de la institución por reprimir salvajemente a los escolares en las marchas del 2006. El actual jefe de seguridad albo, también carabinero en retiro Cristián Reyne, fue sorprendido hace poco más de un año entregando boletos a otro líder garrero, el traficante Jonathan Arenaldi.
Lo ocurrido en Universidad de Chile también es ilustrativo. Antiguos líderes, Mono Alé, Kramer, El Beto, son pinochetistas confesos y brigadistas de la UDI en las elecciones. Sus actuaciones en la época de René Orozco, donde incluso se les construyó una sede con fachada de escuela, funcionan en total coherencia con lo expresado por Romero: amedrentaban a la oposición y la disidencia por una recompensa.
En el partido de la U con Emelec, el hombre que llevaba el bombo era el brazo derecho de un delincuente, Carlos Romeo Sarti alias Joker, asesinado en un ajuste de cuentas. Este individuo de nombre José Luis Caroca, alias Visera, tomó el mando de la facción una vez asesinado Romeo Sarti. Su grupo, lejos de hacer la revolución o abolir la propiedad privada de los medios de producción, quiere que la directiva de la U les de entradas, dinero y financie los viajes. Es decir, replicar lo que recibía Kramer, El Beto y compañía. Si no son atendidos sus pedidos, seguirán las bengalas y las provocaciones.
Otro dato: suelen fotografiarse en las redes sociales con armas de distinto calibre y se jactan de su prontuario policial (Visera tiene antecedentes por falsificación de billetes).
Hoy, a sus cercanos, Gabriel Ruiz-Tagle se lamenta de haberle dado alas a la Garra Blanca. Tardío arrepentimiento. Citamos de nuevo a Amílcar Romero sobre el poder de estos grupos organizados: "Conoce la interna, lavado de dinero que no tiene por qué ser del narcotráfico, pueden ser blanqueo de guita de las corporaciones donde trabajan estos tipos. Los manejos sucios de los traspasos de jugadores. Pero tienen un conocimiento de lo prohibido que sucede dentro del fútbol que los hace poderosos y los hace extorsionadores de hecho”.
No puedo extenderme más por el momento, sólo quiero dejar una cosa clara, y con todos los antecedentes acá expuestos, terminemos con el mito revolucionario de las barras bravas. Son una cara más, y muy violenta, del neoliberalismo más salvaje, sólo eso.