Guarello
El Principito
“Lo esencial es invisible a la vista” decía El Principito en una de sus páginas. No recuerdo cuál porque lo leí a los 10 años y la película la vi con fiebre en el Teatro Oriente. Sólo retuve a un niño de pelo rubio corriendo alrededor de un planeta enano. No sabía si era la película o estaba delirando. Yendo al grano, el técnico de la selección Sub 17, Alfredo Grelak, suscribe con entusiasmo las palabras del icónico personaje de Antoine de Saint-Exupéry. Ninguno de los testigos: público, periodistas y colegas entrenadores ha sido capaz de observar lo esencial de su trabajo. Nadie ve, más allá de perder contra Bolivia y ser goleado por Ecuador, lo realmente valioso que este grupo de jugadores hace o está incubando.
Grelak apela a un nivel de lucidez que sólo los grandes filósofos serían capaces de lograr (o en su defecto el grupo de entrenadores argentinos liderados por Hugo Tocalli). Aquellos que, acodados en una ventana y mirando los transeúntes en la vereda y los pájaros en los árboles, pueden elaborar una cosmología completa o, en el más modesto de los casos, la proyección de la dinámica social, de la historia de la humanidad completa.
No somos capaces de ver porque carecemos de las armas adecuadas. Así como a los 15 años intenté leer Lógica y Conocimiento de Bertrand Russell para desistir en la tercera o cuarta página, hoy no tengo la formación futbolística para entender, en el subtexto del juego de la Sub 17, los verdaderos valores, la brillantez y la substancia real, no aparente, que ella es capaz de lograr. Porque Grelak nos dice que él no está para lograr resultados y que nadie es capaz de dimensionar cómo se trabaja en Juan Pinto Durán. Aún cuando, en lo somero y básico un equipo desarrolla un determinado deporte para lograr ciertos resultados, no importando la edad de sus jugadores, y que el trabajo, es decir, el entrenamiento de calidad, necesariamente se ve reflejado en la cancha. Pero nos hemos equivocado. Todos. El mundo ha vivido equivocado como dijo alguna vez Roberto Fontanarrosa. Bajo esa plataforma de pensamiento, se entienden las palabras que el propio Grelak dijo antes del debut ante Bolivia: “Este equipo es difícil de doblegar”. No se refería en la banalidad de los goles a favor o en contra, ni el cortoplacismo de los 90 minutos de juego, sino en una condición del espíritu, donde las derrotas tangibles son triunfos etéreos, donde el ahora es una trampa del ego y el mañana, decantado por la trascendencia del trabajo secreto en Juan Pinto Durán, es un triunfo inapelable, tal vez invisible a la plebe, pero triunfo al fin y al cabo.
Visto lo anterior, una selección Sub 17 tiene como único motivo proyectar hacia el futuro. Y la calidad del trabajo no se puede medir en el partido de mañana, sino en cinco o diez años. Entonces donde usted vio un gol regalado del arquero chileno Zacarías López después de hacerse un nudo con la pelota y dejársela servida a Washington Corozo de Ecuador, en realidad hay un universo semántico complejo, escondido tras los muros de Juan Pinto Durán y que sólo es verificable y cuantificable el 2020 o 2025.
Espero que el hincha criollo sea capaz de entender esto en el próximo Mundial de la categoría que se desarrolla en Chile en pocos meses y no queme el Estadio Nacional.