Muerto el perro...
Xabier Azkargorta quedó grabado en el inconsciente colectivo del fútbol chileno. No fue por una revolución táctica, un moderno método de entrenamiento, o haberle dado al balompié criollo la tan ansiada "identidad de juego".
Tampoco por haber alineado juntos por primera vez en la Selección a Iván Zamorano y Marcelo Salas. Ni menos por el 6-0 que la Roja se trajo desde Lima, motivo de bromas de los amigos peruanos desde hace 20 años, aquella vez que alineó en el arco a Alex Varas antes de que hubiese debutado en Primera División.
Al Bigotón se le recuerda por su despedida. El día que renunció a la banca de la selección chilena, el vasco echó mano a su nutrida retórica para lanzar una frase que él seguramente jamás pensó que lo convertiría en un inolvidable: "Espero que una vez muerto el perro se acabe la rabia".
No sé si algún lingüista podrá explicar alguna vez por qué la frase del Bigotón llegó a tener tamaña trascendencia. La verborrea del vasco seguramente ofreció piezas de mayor calidad que esta que técnicamente ni siquiera tiene un verbo activo, receta que no falla para que una oración tenga fuerza. Más encima, contiene un hipérbaton.
El mérito de Azkargorta es enorme, porque logró de sopetón algo que muchos no pudieron. O que otros darían la vida por conseguirlo y llevan muchos años intentándolo: alcanzar la inmortalidad en el fútbol chileno.