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Brasil ganó bien

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Para avanzar hay que ser honestos. Si nos engañamos a nosotros mismos, difícilmente podremos corregir los errores y ser mejores. Esto lo digo pensando en las declaraciones de Jorge Sampaoli una vez que terminó el amistoso en el Emirates Stadium de Londres. El técnico, previsiblemente, resaltó con luces de neón el control del balón, la bendita “tenencia”, que se haya deslucido al rival y que, en líneas generales, el partido haya parecido favorable para Chile.

No le niego al hijo de Casilda que la Roja monopolizó la pelota, el tema es que tenerla no es sinónimo de hacer algo productiva con ella. En 90 minutos el equipo nacional no tuvo una sola ocasión de gol. Repito, ninguna ocasión. Lo más peligroso fue un tiro libre de Matías Fernández que obligó a Jefferson a volar hacia un ángulo bajo. La cámara frontal demostró que el esfuerzo del arquero era innecesario, el balón iba desviado. Tener la pelota es un medio para un objetivo: el gol. Pero, en palabras de Sampaoli, parece un fin. Es decir, es preferible perder con posesión, que ganar sin ella. En el Mundial 2010 tuvimos una buena lección de esto, Chile tuvo la pelota y Brasil nos hizo añicos. Y el técnico también era Dunga.

Segunda parte: es cierto que Chile deslució a Brasil. Claro, los pentacampeones se vieron maniatados, sin profundidad, imprecisos e incómodos ante la presión y el juego intenso de la Roja. Pero también es cierto que jugaron a media máquina, con ocho titulares menos y sin el ritmo habitual. Basta comparar lo que hicieron contra Chile en Londres con lo que ofrecieron contra Francia en París. Para Dunga ése partido, el del jueves, era la medida. Ahí puso todas sus fichas. Lo de Chile fue el rescoldo, terminemos el verso. Tanto fue así, que el técnico brasileño hizo cuatro cambios al mismo tiempo. Cuatro. Es decir, desarmó al equipo completamente, porque esos hombres iban a tardar al menos diez minutos en meterse en el juego. Y así ocurrió, entre los 60 y los 70 minutos Chile dominó las acciones y el Scratch parecía descoordinado. Volvieron al partido con el gol de Firmino. Luego se relajaron, comenzaron al tocar y cerraron la cortina.

Jugaron mal y ganaron igual. Lo preocupante es que, tras el tanto, Chile no tuvo respuesta alguna, no generó absolutamente nada, pudiendo Brasil defenderse sin apremio. Sólo la entrada de Matías Fernández le dio un poco de imaginación a la Roja.

El equipo de Sampaoli, más allá de las consignas de la intensidad, la posesión y la rebeldía, se ha transformado en previsible. Los rivales saben exactamente cómo va a jugar, cómo neutralizarlo y cómo, a la larga, ganarle. Mauricio Isla y Eugenio Mena, por citar dos puestos clave, ya no pasan al ataque y son convenientemente bloqueados. Arturo Vidal no gravita, Charles Aránguiz queda muy ahogado y lejos del arco. Al final dependemos de que Alexis Sánchez se los pase a todos. El cabro es bueno, pero…