Iturra
Vergüenza nacional
La postal que quedó para el recuerdo fue cruenta y desgarradora. Carabineros con escudos de acrílico protegían al equipo argentino de Copa Davis mientras intentaba llegar a camarines. Desde la altura, energúmenos con rostros desencajados lanzan sillas de plástico verdes marca Wenco, algo así como improvisadas armas para intentar aniquilar a un enemigo que parecía venir a quitarles todo.
La imagen dio la vuelta al mundo. Carlos Bernardes, icónico umpire del ATP, estuvo allí y dice que es lo más surrealista que ha visto en su vida en una cancha de tenis. ¿Y vaya que ha visto cosas!
Ocurrió el viernes 7 de abril de 2000, hace exactamente 15 años, en el estadio techado del Parque O'Higgins, hoy Movistar Arena. La gran pregunta es ¿qué pasó para llegar a vivir algo así en la serie de Copa Davis entre Chile y Argentina?
Me tocó cubrir esa serie. Desde dos semanas antes visitábamos a diario el recinto que había estado más de 15 años en ruinas. Apuraron la construcción para la serie contra los transandinos. Los maestros se amanecieron la noche previa para dejar el escenario presentable. Fue una tarea titánica e irrepetible. ¿Por qué? La idea era colocarles pista rápida, para incomodarlos, y lograr ventaja deportiva. Aparte de eso, querían tener una recaudación histórica de más de 10 mil personas por jornada para alimentar las alicaídas arcas de la Federación de Tenis.
El espectáculo inicial fue increíble. Nunca un evento deportivo bajo techo en Chile tuvo tanta gente. Era como estar en el Masters. Todo lucía perfecto, pero por fuera. Hasta ahí, todo iba bien.
Lo que no se veía era que las galerías estaban en obra gruesa aún. La gente quedaba con los pantalones plomos, por el polvo del cemento en suspensión. Las tribunas tenía sillas, verdes y de plástico marca Wenco.
El himno argentino recibió una rechifla ensordecedora (literalmente). Los comentaristas de televisión Martín Liberman y Fernando Niembro, quienes asistían como público, estuvieron sólo el primer partido en la tribuna y tuvieron que irse, porque el hostigamiento pasaba a castaño oscuro. Después de que Marcelo Ríos venció a Hernán Gumy, el público parecía haber bebido chupilca del diablo (esa mezcla de aguardiente con pólvora que tomaban los soldados de la Guerra del Pacífico) en vez de la cerveza que auspiciaba el evento y que repartían gratuitamente en los stands.
El partido de Nicolás Massú con Mariano Zabaleta fue un infierno. Al viñamarino le quitaron puntos por mal comportamiento del público y eso solo enardecía más los ánimos. Cuando el tenista argentino empujó a un pasapelotas que ocultó un proyectil que había caído en la cancha, el volcán entró en erupción.
Cayó todo tipo de proyectiles a la cancha. Los más inofensivos eran las naranjas. El peor, una botella de whisky Ballantines que estalló al lado nuestro, a la orilla de la cancha. Las famosas sillas verdes eran el escudo ideal para protegernos. Sin ellas, quizás no lo estaría contando. Luego las emprendieron contra la barra argentina. El odio se respiraba en todo el ambiente. No he estado en una guerra, pero me imagino que esto debe ser parecido.
Chile y Argentina fueron castigados. Nuestro equipo perdió la localía por tres años. Y los albicelestes sumaron una derrota y una multa en dinero por retirarse y negarse a seguir jugando la serie a puertas cerradas.
Da vergüenza ajena revisar las imágenes. Pese a eso, mi gran duda sigue siendo: ¿Qué diablos fue lo que tuvo que pasar para llegar a eso?