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El escritor argentino Martín Kohan, al que tuve la suerte de conocer en una charla hace un par de años junto a Francisco Mouat y Erick Polhammer, cuenta en la crónica El fútbol y yo (publicada en Clarín el 2012 y luego recopilada en el libro Fuga de materiales de Ediciones UDP 2013), su intenso, apasionado y del todo irracional amor por Boca Juniors. Señala Kohan en el texto que no es xenófobo, pero muchas veces se sorprendió gritando en La Bombonera “Paraguayo hijo de puta”; tampoco homofóbico, pero en no pocas ocasiones le gritó “Puto, puto”, a un arquero burlesco y amanerado; que casi nunca era peronista, pero “en más de una oportunidad a coro me declaré ‘Bostero y peronista’”. Más adelante escribe: “en el fútbol y por el fútbol me dejo poseer por el cambio, y sin culpa, por ese fantasma tan mentado y tan leído: el de la barbarie”.

En esa charla, donde leí con fruición el excelso poema de Erick llamado “Yo vi jugar a Jesús Trepiana”, le pregunté a Kohan si era más anti River que fanático de Boca. Y lo reconoció: su odio al cuadro de la franja superaba su amor por los colores azul y oro.

Recordé a Martín Kohan este jueves en la noche, mientras Fox Sports mostraba a los jugadores de River Plate en el medio de la cancha de La Bombonera luego de ser atacados con gas pimienta en la manga rumbo al segundo tiempo. Cuando los jugadores de Boca, en especial su técnico Rodolfo Arruabarrena, tomaban la actitud insólita y hasta idiota de minimizar el hecho, de no solidarizar con sus compañeros de profesión, de relativizar a los rivales con los ojos llorosos, las vías respiratorias irritadas y brotes alérgicos en el cuerpo. Incluso se dieron tiempo, azuzados por Agustín Orión, de despedirse del campo aplaudiendo a los barras bravas que habían ocasionado la agresión.

Intenté ponerme en los zapatos de Kohan, en su brillante cabeza boquense, excesiva e irracionalmente boquense, si desde su lúcida pluma podría salir un texto que pudiera justificar, atenuar o explicar, en el mejor de los casos, la agresión cobarde, desquiciada y patotera de un grupo de delincuentes que prefieren que los jugadores de River Plate, sólo por el hecho de vestir una camiseta distinta, sean intoxicados, a la posibilidad de jugar el segundo tiempo, dar vuelta la llave y clasificar a cuartos de la Copa Libertadores. Que les da lo mismo perder 3-0 por secretaría, ser eliminados de la Copa y que les suspendan el estadio. Total, “le dimos la biaba a las gallinas”.

Es decir, ha llegado a tal nivel de la contaminación, suplantación, prostitución (agregue usted el próximo “on”) de los valores en el fútbol, que parece no sólo posible, sino que aceptable, incluso por un grupo importante de personas “deseable”, que el fútbol sea esto: masacrar a los rivales no en la metáfora del juego (los goles), sino en la realidad más brutal y primaria: golpearlos, envenenarlos, escupirlos, cagarlos a palos…

Pienso en Martín Kohan, y sólo puedo concluir que hasta su barbarie que por 90 minutos lo vuelve peronista, homofóbico y xenófobo, tiene un límite. Y anoche ese límite fue superado. Ni Kohan puede con eso…