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Buen viaje querido Calei

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Hace algunos días, a los 88 años, dejó de existir Carlos Ayala Salinas. Calei, como todos le llamaban. Carlos era hermano del doble finalista de Roland Garros, Luis Ayala, con quien la vida lo unió, distanció y luego volvió a unir. Ambos llegaron siendo unos niños a las canchas del Santiago Lawn Tennis Club, donde de pasapelotas pronto se convirtieron en dos destacados jugadores de tenis.

Las reglas de este deporte en los años 50 dividían las aguas entre profesionales y amateurs. Los profesionales impartían clases en los clubes y vivían del tenis. Los aficionados eran los que estaban facultados para jugar el competitivo circuito amateur a cambio de un viático. Calei eligió el camino de los rentados y ganó 17 torneos. Luis optó por el amateurismo, se adjudicó el Abierto de Roma, los Panamericanos de Chicago, fue dos veces finalista en París y considerado el mejor del mundo sobre arcilla en 1959. Ningún chileno hasta ahora ha superado su campaña en los Grand Slam.

Dicen los especialistas que si Carlos Ayala hubiese seguido el camino de su hermano habría estado entre los 20 mejores del mundo. Su extraordinaria derecha le permitió dominar sin contrapeso durante más de una década el campeonato de Chile para profesionales, ser portada de la revista Estadio y electo el mejor tenista del año por el Círculo de Periodistas Deportivos. Muestra de su enorme capacidad fue el triunfo que obtuvo poco después de cumplir 40 años sobre Vic Seixas, ex campeón Wimbledon y US Open, en una exhibición en Estados Unidos.

Calei no solo fue un extraordinario jugador, también un notable formador y entrenador. Por las canchas de su amado Club Santiago pasaron varias generaciones y decenas de jugadores. Algunos como José Miguel, su hijo mayor, hicieron del tenis su profesión, otros recibieron sus enseñanzas y siguieron más tarde otro rumbo. Muchos de ellos lo acompañaron en su último adiós. ¿Dónde? En la cancha uno de su centenario club. Afortunadamente, y va aquí un mensaje, el court llevaba su nombre porque hubo dirigentes que tuvieron la visión de hacerle un homenaje en vida. A Calei no lo velaron ni en su casa ni en una parroquia, lo velaron en su club de tenis.

Anónimo para el gran público, Carlos Ayala fue tal vez el mayor ejemplo de que el tenis es un deporte para toda la vida. Empezó como pasapelotas, se convirtió en un enorme jugador, fue profesor de tenis, entrenador de equipos de Copa Davis en los años 60 y 70, un destacado jugador senior y jefe técnico de la escuela de tenis del club Santiago. Cuando las fuerzas le empezaron a flaquear, se abocó a impartir clases a alumnos escogidos y a supervisar el estado de las canchas. Su rutina era idéntica cada día, tomaba el metro en la estación San Miguel y se bajaba en el Parque O’Higgins. Su día comenzaba y terminaba en el club.

Calei fue mi primer profesor de tenis. Recuerdo que de adulto siempre lo molestaba porque cuando yo era un adolescente después de que entrenábamos en grupo le hacía clases particulares a Oscar Bustos. Oscar, era mejor que yo, siempre estaba peleando por ser el número uno de Chile en las categorías menores y, con esfuerzo, su padre le solventaba algunas clases particulares. El viejo Calei me decía en broma que Oscar iba derechito a la Copa Davis y yo no. Acertó medio a medio, Bustos se metió entre los 300 mejores del ranking ATP y jugó un par de series en la Davis.

Su humor especial y caballerosidad siempre estarán presentes en mis recuerdos. También esas charlas sobre Colo Colo, su equipo, Lucho Gatica, su compadre, Lucho Ayala, su hermano y tantas otras que nutrieron en parte Grandes Historias del Tenis Chileno, el libro que publiqué en noviembre de 2014 junto a Mario Cavalla. Calei envejeció pero, por suerte, siempre hubo alguien cerca que escuchara sus historias. A los abuelos, no hay que olvidarlos, hay que oírlos. Gracias Pato Rojahelis por pedirle que te hiciera unas clases de volea cuando pasados los ochenta, Calei había dejado de impartir lecciones de tenis. Lo hiciste sentir que aún podía aportar.

Cuando Carlos Ayala enfermó, el club entero se movilizó por saber su estado. Algunos lo visitaron en la clínica Dávila, otros nos informábamos del parte médico diariamente a través de sus hijos. Increíble fue cuando los doctores lo desahuciaron, le sacaron las máquinas y despertó. Levantó cinco match points y siguió viviendo unos meses más bajo los cuidados de una de sus hijas en Chillán.

Me reconforta saber que Calei fue feliz y tuvo una vida larga gracias al deporte. Al igual que Andrés Hamersley, a quien conocí poco, pero vi muchas de veces vestido de blanco y con guantes jugando en la cancha 9. Es que a diferencia de la mayoría de las otras disciplinas el tenis es un deporte para toda la vida. Y con valores de peso. Hoy quizás las cosas han cambiado, pero en la época en que los hermanos Ayala, Hammersley y tantos otros se formaron como deportistas “se podía ser caballero sin ser tenista, pero no se podía ser tenista sin ser caballero”. Buen viaje viejo querido.