El fantasista de los cerros
David Pizarro cumplió la promesa y regresó a su Santiago Wanderers. A diferencia de otros, que recuerdan al club de origen cuando ya no los reciben en otro lado, el Fantasista llega al Puerto cuando siente que puede ser un aporte, a devolverle la mano al equipo de sus amores.
El hecho en sí aporta una cuota de romanticismo esperanzadora en tiempos donde el dinero prima sobre todo. Y no sólo en el fútbol. Demuestra que los valores siguen vigentes y que aquello del amauterismo y amor por el escudo no siempre son un verso. De hecho, el sueldo, al igual que en algunos clubes de barrio, lo pagarán a medias un dirigente y un auspiciador.
Pizarro, quien usaba la camiseta número 8 en homenaje a su padre, que era volante por la derecha del Caupolicán, equipo de la caleta El Membrillo, debió cambiarla por la 7 cuando llegó a la Roma. La adoptó y en Playa Ancha seguirá usándola, en parte también porque la 8 es de otro de los emblemas vivientes caturros, Jorge Ormeño.
Pero David no sólo ha vuelto para jugar. Descubrió que desde que Wanderers entrena en Mantagua, hay un déficit de captación de talentos en los cerros de Valparaíso y quiere formar una academia allí mismo. Un aporte notable para no desperdiciar una cantera que ha producido variados cracks, esos mismos que desde pequeños tienen que pulir la técnica para que la pelota no se les pierda en una quebrada o acantilado.
Este fenómeno, que ya era común en Argentina con los regresos del Kily González bueno a Rosario Central, de Juan Sebastián Verón a Estudiantes o el actual de Carlos Tevez en Boca, encuentra un émulo distinguido en nuestras tierras. Pizarro es ídolo del Puerto y sólo cosas buenas pueden ocurrir con su retorno después de 16 años.