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Amor por el escudo

El llanto de Renato González después de anotarle el gol a Curicó Unido fue un regreso a las raíces mismas del juego y una señal de que el romanticismo por la pelota y los colores sigue vivo.

En tiempos en donde pareciera que los jugadores no están conformes en ningún lado y sólo piensan en recalar donde haya más dinero, a pesar de tener su futuro y el de sus hijos y nietos asegurados, lo de Renato conmueve hasta al más duro.

En momentos en que el fútbol mundial está cuestionado por una corrupción que siempre se supuso que existía, pero que por fin se investiga, y que genera cuestionamientos de todo tipo, como elecciones y resultados, entre otras cosas, un acto de amor por la camiseta se agradece y reafirma la fe en un deporte se convirtió en uno de los mayores negocios del mundo gracias a eso: a que mueve pasiones.

Renato González debutó por la selección adulta con Marcelo Bielsa el 4 de noviembre de 2009, en un amistoso contra Paraguay que la Roja ganó 2-1. El juvenil, que acaparó la atención por llamarse igual que el periodista fundador de la Revista Estadio, había jugado pocos partidos por Palestino. Aquella noche, en la inauguración del estadio CAP de Talcahuano, ingresó en el minuto 59' por Eduardo Vargas y anotó el gol del empate 18 minutos más tarde.

Lo entrevisté tras el partido. Tenía clarito quién era Mister Huifa, dijo que iba a pelear por llegar al Mundial de Sudáfrica y quedamos de juntarnos en su casa al día siguiente para una entrevista en profundidad.

Vivía cerca del paradero 21 de Santa Rosa, con su madre. Me mostró con orgullo su pieza, que estaba tapizada con posters y fotos de Universidad de Chile. La mayoría eran de Marcelo Salas y otras de Diego Rivarola.

Después de ese minuto de gloria, Renato recaló en el Ponte Petra de Brasil y deambuló por Universidad de Concepción, Cobresal y San Marcos de Arica. A los 25 años, después de darse la vuelta larga, con harto carrete en el fútbol profesional y ya sin ser una promesa, anotó un gol con la camiseta de la U.

No era un gol cualquiera. El zurdo cumplió el sueño de su niñez, el anhelo de toda su vida. En ese momento quizás sintió que podía morirse tranquilo. Y por eso fue que lloró. Porque era inmensamente feliz. Porque el fútbol produce eso y, con la gracia de Dios, es algo que aún no hemos perdido.