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Hace pocos días el director ejecutivo del Mundial Sub 17, Carlos Honorato comentó el estado de avance de las obras en los estadios que recibirán la cita mundialista que comienza el 17 de octubre. Hay ciertos atrasos y los problemas mayores están radicados en la capacidad lumínica de los recintos y la falta de una cancha de entrenamiento en Viña del Mar. Nada serio, el estándar FIFA es alto y exige que todo esté en regla. Hay margen. Se jugará en los estadios Nacional, Ester Roa Rebolledo, Sausalito, La Portada, Francisco Sánchez Rumoroso, Nelson Oyarzún, Chinquihue y Fiscal de Talca. Todos, sin excepción, fueron remodelados en su momento.

Hace diez años, en el primer gobierno de Michelle Bachelet, se anunció la remodelación de una serie de estadios con vistas al Mundial Femenino Sub 20 de 2008. Así se reconstruyeron los estadios de Coquimbo, La Florida, Quillota, Chillán y Temuco. La red de estadios del bicentenario entraba en ejecución y proyectaba el levantamiento o refacción de varios otros recintos deportivos. Hoy, entre primera y segunda división, se juega fútbol profesional en 19 estadios que recibieron un enorme aporte estatal.

Nadie podría discutir la importancia de ser sede de un mundial, sea cual sea su categoría. Tampoco la inversión en infraestructura porque más allá del alto costo de mantenimiento de los estadios el beneficio para el hincha es innegable. Uno podrá debatir qué tan justo es que una actividad privada como el fútbol, que está en manos de sociedades anónimas deportivas dirigidas por connotados empresarios de la plaza, se facilite gracias a un millonario aporte estatal, pero el carácter social de este deporte termina justificando la inversión. Guste o no el fútbol es un fenómeno de masas.

El tenis también lo fue. Marcó una época. En los 90 con Marcelo Ríos y mediados de los 2000 con Nicolás Massú y Fernando González. Cómo olvidar, la fiesta nacional que desató el Chino al convertirse en número uno del mundo tras vencer a Andre Agassi en la final del Lipton, la doble medalla de oro de Massú en las olimpiadas de Atenas 2004 o el podio de Fernando González en Beijing 2008 junto a Rafael Nadal y Novak Djokovic. Ríos dejó una huella indeleble en la historia del deporte chileno, Massú se convirtió en el único jugador capaz de ganar dos oros olímpicos en el tenis moderno y González luce el inigualable record de tres medallas olímpicas (oro y bronce en Atenas y plata en Beijing).

Pues bien, el deporte más exitoso de la historia de Chile no tiene nada. La federación se trasladó desde la Casa del Tenis de San Miguel a las canchas de Cerro Colorado tras acordar un modesto comodato con el Serviu por cinco años que luego se extendió a diez y que no permite desarrollar ningún proyecto serio de infraestructura en el lugar. No digo que el tenis merezca una sede como la ANFP en Quilín, ni siquiera un pequeño Juan Pinto Durán –no es comparable porque estamos hablando de deportes e industrias muy distintas– pero sí un espacio propio. Un recinto donde se pueda levantar un edificio corporativo, un pequeño court central, canchas con dimensiones válidas, un gimnasio, todo lo necesario para darle un impulso verdadero a este deporte. Lamentablemente, si el recinto donde está emplazada la federación y sus canchas es producto de un comodato de corto plazo, poco y nada se puede hacer. Encima, la Municipalidad de Las Condes hace más exigencias que la ITF.

Llamativo es como el tenis fue quedando paulatinamente al margen de todos los planes de mejoramiento y levantamiento de infraestructura deportiva. La “gran” inversión en el court central se hizo con motivo de la Copa Davis con Israel en 2010 donde se implementaron mejoras significativas en los baños, se instalaron butacas en lugar de tablones y se rehicieron las esquinas de la cancha para cumplir con las reglas de la ITF que exigían una estructura rectangular. Fue una mejora, no una solución definitiva.

Lo que ocurrió después en los Juegos Odesur constituye, tal vez, la mayor decepción. El tenis quedó nuevamente fuera de las prioridades. Al court central del estadio Nacional le echaron una manito de gato, las canchas secundarias se picaron y nada más, los camarines fueron pintados y sería. En 1987 gané un torneo de segunda categoría ahí y, en verdad, el club sigue siendo el mismo. ¿Dónde se invirtió? ¿En comprar la pintura y unas carretillas de arcilla? ¿En cambiar los flejes y las mallas de las canchas? En teoría se gastaron varios millones en el reacondicionamiento, pero no se notó. Y los jugadores reclamaron por el pésimo estado de las canchas. Vaya contraste con el magnífico gimnasio polideportivo, el nuevo velódromo y el centro acuático que quedaron como herencia de los juegos.

Sabemos que los presupuestos son limitados y el mundo ideal no existe. Pero ¿por qué se prometió un court central moderno para 4 o 5 mil personas en el Parque de los Reyes si al final no había plata? ¿Por qué se descartó al tenis en beneficio de otras obras? Los Juegos Suramericanos fueron un gran evento, se llevaron a cabo con esfuerzo de mucha gente, permitieron que avanzáramos en infraestructura deportiva, pero el tenis volvió a ser el gran perdedor.

Un amigo muy serio, bien informado y que conoce los pasillos de Chiledeportes me contó que durante la administración de Ernesto Velasco existieron los recursos para remodelar el court central con un estilo moderno que cumpliera los requerimientos de cualquier llave del grupo mundial de Copa Davis. Dice la historia que el único requisito era que la federación garantizara que se iba a jugar siempre ahí. La respuesta fue que esa era una decisión del capitán y los jugadores. El ofrecimiento se diluyó y las platas fueron redestinadas.

Más allá de la veracidad de la historia, lo que cuenta son los hechos. La federación tiene un complejo con un potencial gigantesco, pero no puede intervenirlo por falta de inversionistas y tratarse de un comodato limitado. ¿No se le pudo explicar a Jaime Muslem que parte del millón de dólares que donó se iba a destinar a arreglar las canchas? Al final, disponer de un lugar adecuado permite hacer mejores torneos y que el interés de los jugadores crezca. Por esa vía también es posible recaudar.

Hoy que estamos en el grupo dos americano de Copa Davis y no tenemos ningún jugador entre los 100 primeros del ranking ATP de singles, difícilmente alguien en el Estado esté pensando en reivindicar la paupérrima infraestructura del tenis. Yo, al menos, me rebelo. Y no lo considero justo con el legado de Ríos, Massú y González. En La Tortuga, José Santelices, vicepresidente de la federación dijo que había tirado la toalla aburrido de golpear puertas. La final de septiembre volverá al estadio Palestino. En Talcahuano, se dice, hubo ciertos incumplimientos de las autoridades locales. No hay caso. Estamos en la B.