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Por Uruguay no pasó el campeón de América

En una muestra de suficiencia que causó hartas repercusiones, la delegación de la Selección chilena dejó estampado en una de las paredes del camarín que usó en el Estadio Nacional de Lima un mensaje bastante polémico.

"Por aquí pasó el campeón de América", rezaba en lo medular el escrito. Al parecer, la acción fue una respuesta al mal trato que recibió la Roja con motivo del triunfo por 4-3 ante la escuadra incaica.

En aquel instante, nada hacía presagiar lo que acontecería más tarde. Después, vino el empate contra Colombia, en el Nacional, y la ansiada revancha para los uruguayos. En casa, algo había anunciado en el preludio contra los cafeteros y, en Montevideo, Chile ratificó que hubo una caída en su funcionamiento.

Se sabía que los uruguayos practican un juego básico, casi de los albores del fútbol en Sudamérica, de pelotazos largos al área para posicionarse en ofensiva o buscando sorprender mediante balones detenidos. Así fue y el equipo de Jorge Sampaoli cayó mansamente en las fauces de su oponente. Los tres goles fueron por esa vía ofensiva.

Durante todo el partido, la Roja generó la imagen falsa de controlar el trámite del encuentro a través de la tenencia del balón. Sin embargo, en el fútbol actual si la posesión no logra progresión termina siendo mera retórica.

La idea es poseer la pelota para atacar. Pero si no hay generación de maniobras ofensivas a fondo, para qué diablos sirve la administración del esférico. Tal vez, para justificar esa mentira de defenderse con el balón, cuando hay superioridad en el marcador.

El balance global indica que Chile puso un hombre de cara al gol solo en una oportunidad. Fue en el primer tiempo, tras una buena asociación entre Arturo Vidal y Mauricio Isla por la zona interior de la derecha. Al centro del 'Huaso', el volante del Bayern Munich llegó muy urgido y su puntazo, bajo la presión de Diego Godín, pasó a centímetros del palo izquierdo. 

El resto fueron llegadas perimetrales, que colmaron la vista y fueron funcionales a los uruguayos. Claro, porque reagrupados defensivamente en el último tercio de la cancha, defendían en espacios muy reducidos, con mínimo desgaste enérgetico, lo que garantizaba piernas frescas hasta el pitazo final. Godín y Sebastián Coates se lucieron sacando pelotas del área, para lo cual se movían solo algunos metros con el fin de intervenir. Todo perfecto para 'roperos' de un metro noventa de altura.

Se echaron de menos asociaciones permanentes por las puntas, de los tandems dispuestos en los costados. Interacciones repetitivas y profundas entre Eugenio Mena y Mark González, para llegar a línea de fondo y buscar a los que acompañaban por el centro. Que Isla hubiese tenido un interlocutor permanente por la derecha para hacer lo propio en el otro costado de la cancha. Así, probablemente la solvencia de la dupla Godín-Coates no hubiera sido tal.

Las rupturas de los volantes para aparecer por sorpresa detrás de las líneas de presión tampoco acontecieron. Solo Vidal lo intentó en el primer tiempo y estuvo cerca de anotar. En la Copa América este acápite de la organización de juego de Chile lo cumplían con excelencia el hombre del Bayern y Charles Aránguiz. Ambos marcaron y también fueron determinantes en algunos partidos. 

Así sucedía en el equipo que ganó el certamen continental, un cuadro con los mismos hombres, pero con otro funcionamiento. Una estampa futbolística que lamentablemente no se repitió en Uruguay, pues por Montevideo no pasó el campeón de América.