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Hernández

La pelota tiene una lágrima

Actualizado a
La pelota tiene una lágrima
Andrés Piña/Photosport

El testimonio de Carlos, hincha wanderino, es demoledor. Este domingo asistió al estadio Elías Figueroa con su madre colocolina y su abuela discapacitada y tuvo que salir arrancando para que su familia no fuera agredida. Carlos, a quien le pusieron la camiseta verde en la cuna, es un caturro de tomo y lomo que fue a Playa Ancha con la ilusión de pasar una tarde grata y ver a su equipo ganar. No solo perdió la plata de las entradas sino que debió tragarse la impotencia de que sus seres queridos corrieran serio peligro.

El ejemplo de Carlos se replica por decenas. Claudia, otra aficionada del equipo porteño, también tuvo que salir huyendo y una vez que estuvo a salvo lloró sin consuelo. Obviamente, a los trogloditas que invadieron la cancha, putearon a los jugadores que los conminaban a volver a la tribuna y desataron una batalla campal contra la hinchada rival, les importó un comino. Este cáncer, esta manga de delincuentes no tiene límites, como escribió el barrabrava wanderino que publicó en Facebook que había que suspender el partido y agarrar a patadas en el hocico a los colocolinos. “No me importa si me como un canazo”, remató. Claro, va de choro por la vida y gana bonos con el boquillazo.

La imagen de los hinchas albos y wanderinos lanzándose todo lo que tenían a mano y desafiándose con improvisados estoques como si se tratara de una reyerta carcelaria recorrerá el mundo dando cuenta de lo peor de lo nuestro. Una lacra que ni Estadio Seguro en todas sus versiones, ni la inteligencia de las policías, ni el endurecimiento de la ley, ni la ANFP y sus discutibles normas ha logrado controlar. Como para algunas cosas nos creemos jaguares, los ingleses de Sudamérica y una sociedad sana decidimos que había que sacar las rejas de los estadios y dejar a los Carabineros fuera de la primera línea. Craso error. No estamos preparados.

En muchos casos la historia es cíclica y se repite en distintas latitudes. Hace poco más de un año Dilma Roussef, ante la creciente violencia en las canchas de su país, propició la creación de una policía de estadios. Si está demostrado que las acciones preventivas no son suficientes, si el cuaderno de cargos que deben cumplir los clubes es un saludo a la bandera, si la función de los guardias privados es estéril y se sobrepasa con extrema facilidad, qué estamos esperando para que Carabineros regrese a las tribunas. No se trata de promover un sistema basado en la represión del hincha sino reinstalar el principio de autoridad y respeto en los estadios.

Este vergonzoso cierre de campeonato, tal vez el más bochornoso en la historia del fútbol chileno, coincide con una brutal crisis directiva a nivel local que se enmarca en el desmembramiento por corrupción de la plana mayor de la Conmebol, como sabemos, con Sergio Jadue entre los imputados. Mientras en muchos clubes prima hoy el cálculo político, el interés por acceder al poder el próximo 4 de enero y, en paralelo, una serie de investigaciones buscan destapar más irregularidades en la ANFP, el torneo de Apertura jugó sus últimas fechas con bajísimas asistencias y un nivel futbolístico menos que discreto. El capítulo de este domingo, sin desmerecer que Colo Colo fue el mejor equipo del certamen, no hizo más que coronar un semestre para el olvido.

Urge tomar medidas más decididas, pero medidas en serio, no cosméticas. Si el futuro directorio de la ANFP quiere anotarse un acierto de entrada debe endurecer su normativa interna respecto de las exigencias a los clubes en materia de seguridad. Esta, que es una acción que se cae de madura, ni siquiera ha sido materia de discusión en la ANFP porque los clubes se autoblindan de sanciones significativas y le traspasan la responsabilidad a la autoridad política.

Cuando el fútbol y los barrabrava llegan a un nivel tan alto de descomposición, el Estado tiene que hacerse cargo. Así como ha subvencionado notablemente la actividad a través de los estadios nuevos, la destinación de recursos policiales y financieros -como la compra de entradas para el Mundial Sub 17- llegó la hora de que intervenga con mayor determinación e imponga al fútbol un compromiso más decidido contra el germen de la violencia. Está visto que el modelo actual no es más que la suma de buenas intenciones y, en términos reales, un fracaso rotundo. Escudarse en que la violencia en el fútbol es “una realidad país”, “un fenómeno propio de la sociedad actual” es dar por perdida la batalla de antemano y no respetar a los miles de hinchas que siguen yendo al estadio pese a los riesgos inherentes.

¿Medidas inmediatas? Inversión obligatoria para todos los clubes en tecnología preventiva que, adicionalmente, pueda ser usada como medio de prueba, regreso de Carabineros a la primera línea en los estadios, desarrollo de un área de inteligencia policial específica para el fútbol, nueva revisión de la ley, endurecimiento de las penas, abonar los estadios, jugar sin público visita en los partidos de alto riesgo. El problema de la violencia en los estadios es un fenómeno complejo. Puede que estas siete medidas sean insuficientes o mejorables, pero algo hay que hacer. El fútbol se está muriendo y pocos se quieren dar cuenta porque la plata del CDF desvirtúa todo. Hay que actuar antes de que sea tarde.