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Lo felicito Jorge. Le salió tal como lo planificó: se va pagando una fracción mínima de lo que usted mismo había honrado con su firma hace apenas dos meses. Demostró una sangre fría inesperada tomando en cuenta su habitual histrionismo al borde de la cancha. Supo plantarse ante la baja aprobación de los hinchas, perdió 40% en una semana según encuestas, y se mantuvo firme haciendo el simulacro de trabajar en Juan Pinto Durán.

Sabía que iba a ganar por angas o por mangas. La ANFP jugaba contra el tiempo y usted tiene hasta junio para descansar mientras aparece, si es que no apareció ya, un contrato que le haga justicia.

Un genio de verdad. Y pensar que nos engañó a todos, que llegamos a creer que su sabiduría era sólo al borde del campo de juego. El discurso del “amateur” se lo comprábamos con algunos reparos, pero sin cuestionarlo demasiado. Como ganaba en la cancha, le perdonábamos la filosofía de almacén, los lugares comunes disfrazados de reflexiones sesudas y profundas.

Pero nos demostró con holgura que era mucho más que un gran entrenador de fútbol. La lección supera largamente la historia del ceniciento que viene del interior argentino y destruye todos los pronósticos llegando a la élite mundial desde el fútbol amateur. Eso ya era gigantesco, pero nos tenía algo más: una habilidad suprema de parecer confundido, superado por las situaciones, perseguido por los medios y la incomprensión, pero en el fondo tener el total control de la situación. Lo suyo fue una maniobra de ajedrez digna de Bobby Fisher, sacrificó todas las piezas, pareció acorralado, al borde del colapso, y al final dio mate con un peón y un rey, usted por supuesto.

A Sergio Jadue lo tenía como títere personal y supo sacarle hasta la última gota de sudor. Luego, ya huido a Estados Unidos, rehizo el contrato avalado por un desprestigiado profesional, Cristián Varela, y un don nadie, Jaime Baeza. A la prensa le daba maní en reuniones privadas, deslizando exclusivas y datos escandalosos, para que después emergieran y usted quedara lejos de la salpicadura. Algunos colegas todavía lo defienden candorosamente, sosteniendo que los resultados en la cancha son un especie de permiso para hacer y deshacer a entero antojo, incluso eludir impuestos con una empresa de papel en Íslas Vírgenes.

Lo admito: me rindo ante un genio como usted. Tan genio es, que justo se va cuando tiene que jugar contra Argentina con seis titulares menos. Y quien lo reemplace, de entrada, sentirá su espesa sombra.

Y le irá muy bien donde vaya, porque es el mejor entrenador que ha visto este país. No el más correcto, ni el más leal, ni el que haya honrado más su palabra. Pero gana. Y con eso sobra por acá. Es más, es lo único que parece importar.