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Superclásico sin brillo

No recuerdo un partido con tan pocas ocasiones de gol. Ni en el fútbol profesional ni en las pichangas de barrio. En 90 minutos hubo dos tiros directos al arco. ¡Solo dos! Evidencia clara del pobre espectáculo del mediodía dominical en Ñuñoa.

Ya no es necesario que los equipos chilenos acumulen estrepitosas caídas en la Copa Libertadores para, en la comparación, decir que el nivel del fútbol chileno está bajo. Ellos solitos se las arreglaron para dejar en claro cómo están las cosas.

Los dos equipos más grandes del país, los que animan el partido más esperado del año, ese donde no importa la tabla de posiciones y que es una motivación por sí solo, salieron a no perder. ¿Demasiada mezquindad o simplemente mediocridad?

En el tenis profesional existe una regla por la falta de competitividad. ¿Qué significa? Que si el umpire advierte que uno de los jugadores está desganado o compitiendo solo por cobrar el premio, lo descalifica y termina el encuentro. Sería sano que el fútbol pensara en una regla así.

El sentir de los 31.023 espectadores que pagaron su entrada es de una frustración enorme. Más aún cuando tras el partido escuchan a los protagonistas con la excusa del horario, del desgaste e intentan convencerlos (como si fuesen estúpidos) que sí hubo competitividad, lucha y que merecieron ganar. En rigor, merecían perder ambos y quedarse sin puntos, aunque no se puede.

Esta vez los hinchas deberían tener derecho a ir al Sernac a reclamar. Compraron zapatos de charol y les dieron unos de gamuza.