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Los choferes del Transantiago cumplieron su promesa y paralizaron entre el 50 y el 60 por ciento de este servicio de transporte urbano en Región Metropolitana en protesta contra el vandalismo de los barrabravas. Hastiados de la recurrencia de agresiones, robos y secuestros de buses, los gremios más importantes resolvieron dar una señal contundente.

Y lo lograron, pese a que la Intendencia cifró sólo en 40 por ciento el impacto de la movilización y la Dirección de Transporte Público Metropolitano dijo que el plan de contingencia compensó debidamente la ausencia de máquinas. Claro, la autoridad política se esmeró en puntualizar que se tomaron los resguardos y los inconvenientes no fueron tan significativos.

Sin embargo, lo que uno esperaría, más allá de la eficiencia que se quiere demostrar para atender un problema ciudadano, es comprensión, empatía con la causa, un discurso más jugado. No basta, señor intendente, con condenar y perseguir a quienes resulten responsables o recibir a los transportistas este lunes. Lo que se precisa es tomar medidas, pero medidas en serio. Si hay que cambiar la ley y endurecer las penas, que se haga. Pero de una vez por todas que alguien mande el mensaje, que el gobierno se haga cargo. Que los delincuentes se enteren de que no les saldrá gratis.

El ejemplo no es el mejor, pero recuerdo con nitidez cuando el candidato presidencial Sebastián Piñera prometía el término de la puerta giratoria. Y también recuerdo que, una vez electo, varias escuchas telefónicas policiales revelaron que el mundo delictual se sintió amenazado por el nuevo gobierno. Al final, sabemos cómo terminó la historia. El tema era mucho más complejo de lo que previeron los asesores de Piñera y los índices no mejoraron mayormente. Acá, en un tema más específico. Urge que la autoridad política implemente medidas más decididas y, por lo pronto, comunique con fuerza que la fiesta delictual arriba de las micros se acabó.

Siempre habrá debate respecto de cuánto puede condicionar la conducta de una persona el endurecimiento de las penas por determinados delitos. En sicología se estima que existe una vinculación directa, ya que las consecuencias, en distintos ámbitos, condicionan la conducta de los individuos. Lo importante es actuar, romper la inercia, enviar el mensaje, una señal potente, no quedarnos de brazos cruzados esperando que estos actos delictivos vuelvan a ocurrir cíclicamente.

Hay que estar en una micro secuestrada para saber qué sienten el chofer o los indefensos pasajeros que deben bajarse antes de llegar a su destino, pasarle plata a los barrabrava o incluso ser asaltados. Esa sensación no la experimentan nuestros honorables en el Congreso o la autoridad gubernamental. Por eso todo es tan lento. Por eso la agenda corta contra la delincuencia es más larga que un maratón.

Es muy difícil exponer en una columna, con espacio reducido, un planteamiento coherente respecto de un asunto tan complejo y de difícil resolución. La violencia en los estadios y el comportamiento de los barrabravas son parte de un fenómeno amplísimo que tiene que ver con la desigualdad, falta de oportunidades, expansión del mundo de la droga, pero también con el delito y asociaciones ilícitas que se arman con un objetivo claro: profitar del fútbol. Es imposible acabar con este asunto de la noche a la mañana, pero el discurso y las acciones deben ir en beneficio de la gente, del ciudadano a pie, del chileno que está harto de que lo amenacen, roben o tenga que andar con la mochila agarrada como un pulpo.

Nadie encarna mejor al chileno medio que un usuario de Transantiago. Y por lo tanto, el llamado es a protegerlo, a desterrar los secuestros de los buses (este fin de semana hubo dos el sábado y uno este domingo), a tomar acciones concretas y, de paso, aunque en esta pasada sea lo menos importante, a ayudar a que el fútbol criollo salga a flote. Ojalá que esta valiente movilización de los choferes no quede como una protesta más. Muchos, desde ya la valoramos y agradecemos.