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Demasiado grande

La muerte de Johan Cruyff conmociona. Al final ese inevitable cigarrillo que lo acompañó desde adolescente le ganó el partido a los 68 años. Cáncer al pulmón. En esta época resulta fácil entender la clase de futbolista que fue el holandés. Los videos que pueblan la red, con la camiseta del Ajax, Barcelona, la selección de su país, en la disparatada liga de Estados Unidos o ya veterano, de regreso en la liga holandesa, dan testimonio sobrado de un jugador único, completo, tan hábil como inteligente, tan efectivo como estratégico.

Pero no le hacen justicia como deben. Siempre quedan algo más para analizar.

Una pregunta define el elogio en su totalidad: ¿de qué jugaba Johan Cruyff?

Podía arrancar de líbero o ser el “10” que mete balones de gol o plantarse de centrodelantero y reventar la red o moverse con extrema peligrosidad como puntero izquierdo bailando a su marcador o jugar por la banda derecha desbordando y metiendo centros rasantes o ser un volante central distribuyendo el juego con visión panorámica.

Además tenía una personalidad desbordante, un verdadero líder dentro y fuera de la cancha. En su paso por el Barcelona los rivales se acostumbraron a que siempre hubiera dos árbitros: el designado por la Federación y Johan Cruyff. Era el dueño del espectáculo.

Y le tocó una época complicada, donde los árbitros expulsaban sólo cuando había sangre y los stoppers masacraban sin piedad a los hábiles. Hoy Cruyff, como Messi o Cristiano, jugaría protegido, con 20 cámaras vigilando que no lo mataran. ¡Cómo golpeaban al holandés en cada partido! Lo reventaban. Y él se paraba, adolorido, sobándose los abollones y de inmediato pedía el balón.

Puedo seguir hasta el infinito. Porque fue un tremendo entrenador también. Porque fue un ícono del fútbol de todos los tiempos. Porque, como Pelé y Alfredo Di Stefano, “fue” el fútbol.