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La Roja

Los detalles que no se vieron de la Marea Roja en Barinas

El sufrimiento de los 400 hinchas duró solo minutos, pues los dirigidos de Pizzi pudieron dar vuelta el duelo. Cánticos, gritos y abrazos coparon el ambiente.

La Marea Roja se tomó las tribunas de La Carolina.
MARCELO HERNANDEZ/PHOTOSPORT

Si el estadio "La Carolina" de Barinas fuera el Nacional, la hinchada chilena se situó en el sector surponiente. Allá, en ese rincón, rodeados de locales, los chilenos vieron a lo lejos la salida de los jugadores y de Juan Antonio Pizzi minutos antes del partido.

Los chilenos se querían hacer sentir, así que no dudaron en desplegar un enorme lienzo en la estrecha zona donde se ubicaron. A una hora del partido, llegó la clásica “Marea Roja” que se unió al grupo. Entre todos sumaban alrededor de 400 chilenos que querían ver al equipo de Pizzi mantenerse con vida en las Eliminatorias.

Con la selección en cancha, jugadores e hinchada se reconocieron por sus símiles colores y se aplaudieron mutuamente. Ambos esperando la hora de los himnos. Todos, sin excepción, posaron su mano en el pecho. Pero incrédulos, se miraron al no oír la melodía. Lo sintieron como el primer golpe al mentón.

Cuando estaban sacudiéndose de ese desprecio, vino el segundo cachetazo. El gol de Rómulo Otero los silenció de sopetón. El grito de los 20 mil vinotitos fue imposible de contrarrestar. En los minutos que siguieron, el juego de Chile se mantuvo irregular. La barra tampoco se encontraba en la tribuna. Mientras, "la hinchada del llano" hacía estallar petardos y fuegos de artificio que silenciaban a los 400 rojos. Fueron los minutos más duros, dentro y fuera de la cancha.

Los más jóvenes fueron los que tomaron la batuta en la galería. Había que retomar el aliento. En las casetas, los relatores chilenos hacían morisquetas en dirección a la barra para aleonar a los viajeros. El cabezazo de Pinilla los sacó del letargo. Chapulín, ese famoso personaje, volvió a tocar el bombo con ganas. Chile y su gente habían vuelto al partido.

El ánimo solo tambaleó cuando Gonzalo Jara casi se va expulsado. Ahí las caras chilenas se tensaron.

Pero Mauricio Pinilla se reconcilió con esa marea. Le entregó dos gritos de gol a los que se atrevieron a llegar a Venezuela. Y Arturo Vidal les otorgó una tranquilidad necesaria.

El exabrupto de la corbata de Pizzi, en una celebración de los goles, fue percibido por los más agudos y causó risas. La tribuna roja sentía que esos puntos se iban de vuelta a casa. Aguardar treinta minutos para abandonar el estadio no fue molestia. El húmedo calor tampoco. La victoria ya era chilena. La sonrisa también.