Sin vergüenza
Escuché hace un tiempo a Cristián Varela, integrante del directorio de Sergio Jadue, decir: "Estuvimos todo el tiempo ante un actor profesional". Después oí a sesudos analistas y opinólogos comentar sobre el calerano, casi con tono de admiración, que "estamos delante de una mente privilegiada". Y varias joyas más.
Jadue no era como Al Pacino ni Robert de Niro. Tampoco como Walter White, el profe de Química de "Breaking Bad" que sintetizó la metanfetamina más pura del mundo. Era un oportunista inescrupuloso y torpe que se guíaba por la ambición y la soberbia. Ni siquiera da para que le comparen con un gato de campo.
Un estafador profesional no manda a cobrar los cheques al portador a sus compinches. Una mente privilegiada no asigna como proveedores a familiares y amigos. Un mafioso de verdad no manda al arquitecto de la ANFP, que es su pariente político, a que le haga la ampliación de la casa con maestros y materiales de construcción pagados por la corporación. Ni tampoco le arrienda un jet privado a la mujer para irse a Buzios con la plata del fútbol chileno.
¿Alguien puede explicar cómo una empresa con giro de industria de hierro y acero, fabricación de componentes electrónicos y obras menores de construcción puede prestar una asesoría legal a la ANFP y después otra de marketing e imagen por un total de 60 millones de pesos?
Jadue robó a manos llenas con un desparpajo asombroso. Tuvo la caja chica más grande de la historia y un talonario de entradas de cortesía que le habría permitido llenar el antiguo Maracaná. Hizo y deshizo. ¿Y nadie supo nada?
Menos mal que apareció el FBI. Con los ingenuos que lo rodeaban, seguramente seguiría robando.
Hay algo que es distintivo de Jadue y que no ha perdido: su buena suerte. Primero, cuando llegó de carambola a la presidencia de la ANFP. Y ahora, cuando es obvio que no va a ir a una cárcel en Chile. Allí adentro sus colegas delincuentes seguramente lo habrían encarado por penca, por rasca, y lo habrían ajusticiado por desprestigiar del gremio.