Los payasos se quedan
El nombre de esta columna no me pertenece. Es de Roberto Merino, y fue publicada en un libro que se llama En busca del loro atrofiado, que recopila sus mejores crónicas en Las Últimas Noticias entre 2001 y 2003. En ella, Merino, habla sobre un fenómeno que ya en ese tiempo era recurrente. La sensación de que la gente se va rápido de Chile.
"Debe haber motivo de sobra para ese prurito migratorio", escribe Merino. "Algo indefinible que flota en la atmósfera santiaguina. La sensación de que uno vive en ninguna parte, de que todos sus esfuerzos, sus sueños, sus designios, serán pasados a la cuenta del peso de la noche".
Me acuerdo de eso tras escuchar sobre la venta de Jeisson Vargas al Bologna y su posible préstamo a Estudiantes de La Plata. Leo una gran cantidad de comentarios al respecto. En la mayoría de ellos argumentan que está mal. Le falta madurar. Completar su proceso de formación. Tener al menos 100 partidos en primera. Consolidarse, comenta la mayoría. También dicen que se va a Argentina, un torneo cada vez más malo (¿peor que el nuestro?). Unos cuantos reflexionan que irá a perderse tal como le pasó a Castillo, Henríquez, Rubio, y los más hinchas actúan como cuando te deja alguien que aún quieres, y la primera reacción es un despecho adolescente: ojalá te vaya mal, para que aprendas.
Las razones parecen válidas, pero también las dudas. ¿Vale la pena quedarse acá? ¿Vale realmente la pena quedarse a jugar un torneo que se cae a pedazos, que no tiene competitividad, que nadie entiende del todo? ¿Vale la pena atrasar la decisión un semestre por la Copa Sudamericana, cuando nuestros equipos han demostrado nula capacidad para pelear afuera? ¿Vale la pena postergar el futuro, mientras los dueños de los clubes no se preocupan de las condiciones de los jugadores, o -si me permite- mientras escucha como su ex presidente, Luis Larraín, le recomienda que ellos sólo deben hablar en la cancha?.
Después de eso le encuentro la razón a Vargas. Que sin importar si estos sean o no sus verdaderos motivos, me alegra que se vaya. Que al final tiene todo el derecho a pensar que las cosas no están pasando en Santiago, si no en La Plata, Barcelona o Bologna. Que es un riesgo, pero vale la pena correrlo. Que al final, lo mejor es que se suba a ese avión, mientras nosotros nos quedamos abajo, con la inquietud de que ese aparato se lleva en su interior la realidad y las promesas.