Permiso, soy el campeón
Era un partido donde había muchísimo en juego. Para la U, la posibilidad levar el ancla y, de una vez por todas, navegar en aguas más tranquilas, para Católica el punto de inflexión que permitiera dejar atrás una secuencia de nefastos resultados. Un clásico picante. Un duelo determinante para el futuro de ambos equipos en el Torneo de Apertura.
Quienes pensaron que los azules llegaban mejor por sus victorias ante San Luis y Universidad de Concepción se equivocaron rotundamente. Esto es fútbol y las variables, múltiples. La U había logrado descomprimir parte de la enorme presión de los últimos meses, pero estaba lejos de ser un equipo equilibrado y solvente. Necesitaba hacer su mejor partido del año y no lo consiguió.
Católica ganó bien. Con autoridad. Si estaba presionada por el paupérrimo arranque del torneo, no se notó. Salió a jugar una final, con todo, premunida de sus mejores jugadores de mitad de cancha hacia arriba. Mario Salas, a diferencia del partido ante Real Potosí, acertó con la formación titular. Puso a los que tenía que poner, a los que trajo para reforzar al equipo, a los bicampeones de América.
Los goles de la UC fueron una postal de un cuadro que entendió el sentido de urgencia que tenía el partido. Así Noir luchó una pelota perdida y fabricó el tiro de esquina que dio origen al autogol de Jara, así Buonanotte guapeó un balón dividido y tras la asistencia de Kalinski marcó un golazo, así Fuenzalida se comió la banda, anuló a Beausejour y provocó el penal de Vilches en uno de sus tantos desbordes.
El Comandante se reivindicó. Leyó bien el partido, lo trabajó en la semana y sus jugadores aplicaron cabalmente la idea. Puede que el resultado haya sido exagerado porque Mora dispuso de dos ocasiones claras, hubo un penal no cobrado de Álvarez sobre Rodríguez y Toselli tuvo una gran actuación. Pero la victoria de Católica es inobjetable.
Llamativo fue el desconcierto de la U y su falta de ideas cuando la UC presionó arriba y la obligó a salir con pelotazos largos. Sin espacios, el equipo de Beccacece no tuvo argumentos para matizar el juego. Fue un equipo impaciente, que intentó jugar siempre a la misma velocidad y reiteró, predeciblemente, el ataque por las bandas. En el segundo tiempo intentó ciertas variantes, pero la holgura del marcador del primer lapso le permitió a los cruzados administrar la ventaja.
Beccacece atribuyó al infortunio el primer gol y puso en cuestionamiento la validez del tercero. También dijo que en el segundo tiempo, el equipo fue superior y retomó el nivel de los dos partidos anteriores. ¿Autocrítica? ¿Reconocimiento de que el rival leyó mejor el partido? Cero. Según el rosarino el gran pecado de la U fue su falta de contundencia. Se fue de la conferencia de prensa molesto y contestando monosílabos.
Católica aprovechó la coyuntura y recuperó la confianza para ir por el bicampeonato. Tiene un plantel completísimo, dos jugadores por puesto, de la categoría suficiente para marcar diferencias y compensar el terreno perdido. Está a tiempo y soltó las amarras. Ahora no puede seguir fallando.
La U, en cambio, volverá al limbo, a esa zona gris llena de dudas e incongruencias entre el discurso y la realidad. Si bien es cierto que el equipo no fue un desastre y jugó mejor en el arranque, no perdió por accidente o un gol de diferencia. Cayó sin apelación. Ahí radica el punto central. El no ser capaz de expresar lo que el entrenador trabaja en la semana, la versión óptima, aquella que está en la mente y el notebook de Beccacece. Entiéndalo o no, el técnico rosarino agotó hace rato el crédito y, digamos las cosas como son, solo lo sostiene su contrato. El tipo trabaja, se esmera, vive 24/7 por la U pero los resultados no se le dan y sigue en la cornisa. ¿Habrá un milagro o se cortará el hilo del que pende el ex ayudante de Sampaoli?