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Pitazo final. El llanto desconsolado de Juan Leiva no pasa inadvertido. Es el más afectado de un plantel azul que se retira destruido de la cancha del estadio Ester Roa Rebolledo tras una nueva derrota esta temporada. No es una caída cualquiera, es un revés que cuesta un clásico, un título y ahonda la crisis de la U.

Mientras las redes sociales estallan en contra de Sebastián Beccacece y los hinchas más radicales insultan al técnico argentino y hallan que el equipo definitivamente tocó fondo, las lágrimas se multiplican camino al vestuario laico. De fondo, como un doloroso réquiem, se oyen los cánticos de la barra de Universidad Católica y el festejo de sus jugadores.

La U volvió a perder. Con Beccacece no ganó clásico alguno, ninguno de esos partidos especiales que ayudan a matizar el año, a morigerar las campañas pobres o irregulares. La noche del jueves en Concepción, el Romántico Viajero tenía una oportunidad de oro para enmendar el rumbo, ganar crédito y regalarle al aficionado azul una pequeña alegría tras nueve meses de frustraciones. No hubo caso, el equipo se fue con las manos vacías como viene ocurriendo hace rato.

No existe una encuesta metodológicamente seria que escrute el apoyo actual a Beccacece, pero todas las señales apuntan a un descredito terminal del hincha hacia el ex ayudante de Jorge Sampaoli. Basta darse una vuelta por el estadio, las afueras del CDA, las RRSS o ser parte de una conversación de amigos. Se terminó. El porcentaje mayoritario del aficionado azul no le cree más al técnico. Perdió la esperanza.

Es paradójico, la U no jugó mal la final de la Supercopa, pero volvió a pagar carísimo sus errores defensivos. El buen partido de Fernández y Lorenzetti no alcanzó a compensar el acertado planteamiento táctico de Mario Salas. Tampoco mereció perder frente a Cobresal el domingo pasado, pero no la embocó y el rival tuvo máxima efectividad. Lamentablemente para el conjunto azul el análisis futbolístico ya casi no importa, se tornó secundario. El contexto fue parte de la escena durante un tiempo. Ahora lo que prevalece es el resultado y en ese ítem el equipo va de mal en peor.

Cuando un club tan grande como la U cae en un espiral de malos resultados los atenuantes, por muy razonables que sean, se convierten en justificaciones. Y si las derrotas se suceden es poco lo que el equipo y, fundamentalmente, el técnico pueden hacer para cambiar la imagen. Solo vale ganar.

Beccacece dejó claro tras perder en Collao que no se va hasta diciembre. Que se bajó el sueldo un 40% y su continuidad está vinculada al cumplimiento de metas deportivas de aquí a fin de año. Por decisión propia no se mueve. Aunque un estadio entero lo pifie, no pueda salir a la calle o en el CDA hayan aparecido rayados en su contra. El hombre cree que puede salvar al Titanic aunque la proa esté completamente hundida. Si Azul Azul no hace la pérdida y paga la millonada que implica su salida a Beccacece le quedan 11 partidos del torneo de Apertura y lo que avance en la Copa Chile.

Matías Rodríguez, uno que salió con los ojos rojos del camarín azul, dijo no entender cómo un equipo que se mataba entrenando no podía ganar. Justamente, la U entró al terreno de lo incomprensible. La nube negra persigue a la U en todos los frentes.

Fui uno de los que pensó que a Beccacece le iría bien en la U. Hoy varios que creían lo mismo se hacen los turistas y reniegan de la especie, pero esa es otra historia. Lo concreto, es que el entrenador argentino fracasó en su intento de imponer su ideario. El sistema no cuajó. Su filosofía de juego, por muy estudiada y trabajada que fuera, no penetró en el plantel, ni en éste, ni en el del semestre anterior. Los hechos están a la vista, son concluyentes.

Como el fútbol tiene particularidades únicas y el torneo chileno es extremadamente irregular siempre hay que dejar margen a la sorpresa. En las matemáticas, la U está a solo dos victorias del puntero y si endereza su andar podría meterse en una improbable carrera por el título. Futbolísticamente, el equipo no es un desastre, pero tiene una fragilidad endémica que no se condice con los seis millones de dólares en refuerzos ni la categoría de los jugadores que se quedaron del torneo de Clausura. ¿Cómo romper la mala racha y dejar de cometer errores? El trabajo de la semana no alcanza. Y el equipo se hunde cada vez más.

A Beccacece solo lo sostiene su altísima indemnización y Azul Azul, cuyo directorio está cada vez más dividido sobre la continuidad del técnico hasta fin de año, está de un dilema de enormes proporciones. De hecho, la concesionaria dejó de hacer vocerías. Nadie sabe públicamente qué piensan los dirigentes. Estirar la agonía o pagarle un saco de plata al entrenador para que se vaya, esa es la cuestión. ¿Aguantarán la U, Carlos Heller, el directorio y los hinchas una derrota en el superclásico? Mientras tanto, los músicos del Titanic azul siguen tocando.