El laberinto de la soledad
Es un pie forzado, una copa nueva, grosera en su tamaño, con pretensiones de grandiosidad, pero leve ante el juicio de la tradición, del valor real que tienen los trofeos. Y aún así, con este decorado tan frágil, la Supercopa representaba mucho para quienes la disputaban. Sobre todo para Universidad de Chile y más todavía para su entrenador, Sebastián Beccacece. Con el diario del lunes, con las cartas ya vistas, no es complicado hacer un análisis: Católica lo ganó bien, sin brillar, resignando sus principios en el segundo tiempo (los de Mario Salas se entiende) para controlar a un rival insulso, que se fue quedando sin fútbol, sin alternativas de ataque, sin fuerzas y ya, sobre el final, incapaz siquiera de meter ollazos o atacar a los ponchazos, sin voluntad.
Resulta imposible a esta altura encontrar un hincha de Universidad de Chile que le dé crédito a su entrenador. Hay algo que trasciende los meros resultados, los porcentajes de rendimiento, la tarea titánica de conseguir algún triunfo por aquí, alguna tarde rescatable más allá. El problema de esta U es peor que sólo jugar mal, es estar atrapada en un técnico demasiado convencido de su genialidad, de su destino de gloria, que vive en un mundo paralelo, viendo lo que nadie ve, porque no existe, alucinando un equipo, un partido y un rendimiento. ¿Ante la soledad del espejo es capaz de repetir lo que dice frente al micrófono? ¿También se miente a sí mismo?
Beccacece hoy, como se pudo observar en la conferencia de prensa en Concepción, es un hombre abrumado por la realidad, disparando salvas retóricas que sólo pueden provocar piedad de quien las escucha. Aferrado a un contrato, a una fecha al pie de página, una cláusula que le permita vivir para siempre de estos diez meses de impostura, porque difícilmente algún club lo quiera en la banca luego del Frankenstein en que ha transformado al cuadro azul.
No sé si este equipo es el peor que ha tenido la U en sus 80 años. Hubo otros que jugaban peor seguramente, aunque a esta altura cuesta encontrarlo (los que jugaban mejor son decenas, casi todos). De lo que si tengo certeza es que, peso a peso, es el equipo de peor rendimiento económico. Literalmente, millones de dólares tirados a la basura. Y para sacarse el ancla de los pies, hay que gastar otra fortuna más.