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Mi teoría es que Guede quedó tan caliente con el empate 1-1 frente a Wanderers, que en vez de su habitual catarata de palabras y expresiones, lucía tranquilo, conforme, con unas gotitas de resignación. El tema del sahumerio le molestó, son “cosas de camarín”, que nunca deben emerger hacia los no iniciados, porque ellos, sin el olor del vestuario, no saben, no entienden, se burlan. Después de lo ocurrido en el mediodía del Monumental, quedó claro que el entrenador argentino superó sus cotas de mala suerte. Es decir, los litros de vinagre y las decenas de matas de ruda resultaron del todo inefectivas. Tras el doble remate en el travesaño de Paredes y Rivero, don Pablo debió pensar que necesita algo de otra envergadura, directamente hechiceros, chamanes, o hasta el inubicable Garay, el mago del verso, para sacarse la mufa que lo persigue.

Seamos francos. Sin mediar un análisis muy exhaustivo, Colo Colo debió ganar el partido. Anotó un golazo en los pies de Rodríguez y se creó al menos otras seis ocasiones clarísimas, Castellón trabajó mucho y atajó más y hasta le anularon mal un gol a Paredes. Pero, historia conocida, bastó que Wanderers se arrimara un poco, además con los escasos argumentos ofensivos que lució ante las ausencias de Terans y Pastorini, para encajar una pepa y mandar el mentado “trabajo de la semana” que tanto promueve Guede al patio de los trastes.

El equipo de Espinel sólo tenía una vía al gol: tirársela larga a Parraguez y que el grandote se arreglara. Nada más. Una vez vaciló la defensa alba y el nueve caturro le pegó con la espalda. Después Barroso, Zaldivia y Baeza se pusieron las pilas, dejando al navegante solitario luchando sin destino. Es decir: no había cómo.

E igual se las mandaron guardar. Desborde de Opazo, centro al medio del área chica, Parraguez solo (increíble) y ni siquiera cabeceó muy bien. El resto lo hizo Villar, quien jugó agripado, con manos blandas ante el remate. La serie no se cortó: los arqueros de Colo Colo regalan un gol por partido. Casi como si estuviera en el reglamento.

Y desde ahí en adelante lo ya visto: el equipo se alargó, las líneas que habían lucido tan sincronizadas comenzaron a borronearse, Rodríguez se cansó, Paredes arrió las banderas tras el doble tiro en el travesaño y también Rivero quedó fundido. La banca fue contraproducente: Ríos metió las dos primeras pelotas de forma magnífica y todas las siguientes fueron al rival. Vilches no tomó una decisión correcta. Y Valdés, bueno, algo pasó con el Pájaro que vimos en las otras temporadas: paradito, inocuo, distraído, sin remates al arco ni pases con intención, perdió, de puro pavo, una pelota con Farfán que pudo ser el triunfo wanderino. Está jugando como un viejo crack. Indigno de su calidad.

Así, en perspectiva, se entiende que Guede crea en las mufas. Pero eso puede ser aplicable a un partido, a los más dos. Cuando ya van ocho donde te pasa lo mismo, es más que mala suerte, hay algo que no se está haciendo bien.