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El fútbol, al igual que otras tantas actividades, pasa por modas. Discursos, estrategias, esquemas, que durante un lapso parecen imponerse por sobre todas las demás. El problema es cuando esas modas las convierten en dogmas. El único modo posible. Lo único que vale. Y quien no siga ese dogma es apuntado con el dedo, criticado, lapidado, expulsado rápidamente del reino.

Cuando Colo Colo 91 ganó la Copa Libertadores se instaló la moda de la línea de tres defensores, nacieron los laterales-volantes, los jugadores que cambiaban de puesto y el vértigo ofensivo como herramienta principal. Para ser justos, algunos equipos ya jugaban así, pero no con el éxito continental del equipo de Mirko Jozic. El Cacique y el fútbol chileno parecían haber encontrado el modo correcto. Cualquier otra estructura de juego era mirada con desdén. Por eso cuando Chile no ganó la Copa América de ese mismo año, porque Arturo Salah jugaba de una manera muy diferente, se comenzó a hablar de los “patricios”, de manera despectiva. Muchos años después, uno de esos “patricios” fue campeón en Ecuador, Argentina, Inglaterra, semifinalista de Champions. Manuel Pellegrini.

Marcelo Bielsa sentó las bases de una identidad. Es probable que eso sea mucho más relevante que obtener resultados o un esquema de juego. La forma era importante. El resultado era la consecuencia de una forma. No era ganar por ganar. Era cambiar la mentalidad. Estrechar el margen con aquellos que históricamente siempre te ganaron. Lo del rosarino fue, más que resultados específicos, una semilla.

Nadie lo entendió mejor que Jorge Sampaoli. El casildense que comenzó siendo un fanático seguidor de Bielsa, casi un imitador, descubrió su propio camino. Pero para eso tomó elementos de otra moda, de carácter mundial. Guardiola. El Barcelona de Pep. Todo el planeta-fútbol se deleitaba con un equipo que tenía los intérpretes adecuados para un modelo que combinaba la tenencia y control del partido, con la profundidad. Sampaoli supo, antes y mejor que cualquiera, mezclar el bielsismo y el guardiolismo. El resultado fue una selección chilena capaz de ganar la primera Copa América de su historia. Y le permitió a Sampaoli encontrar su propio sello. Su sucesor, Juan Antonio Pizzi, aprovechó una generación extraordinaria de jugadores, movió las piezas lo menos posible, le bajó un par de cambios a la velocidad, pero mantuvo el tono. El resultado fue la segunda Copa América de la historia nacional.

Las modas se instalan. Abren el abanico. Permiten la sana diferencia. El problema es cuando se convierten en dogma y varios, sobre todos los que no juegan, asumen que ese es el único modo posible. Lo padeció Sebastián Beccacece en la U. Su discurso vertical, conmovedor, ofensivo, protagonista, terminó siendo eso. Un discurso plagado de buenas y saludables intenciones, pero que jamás llegó a la práctica. Tanto así que la U optó por la vereda contraria tras el fracaso de su joven entrenador. Retornar a los históricos, a un modo de jugar que muchos consideraban anticuado hasta ayer, pero como ahora llegó a descongestionar la presión azul lo aplauden. ¿En qué quedamos?

Colo Colo de Pablo Guede lo padece. Su idea preconcebida de que la forma de ganar es una sola lo tienen en el sótano de la tabla de posiciones, teniendo futbolistas para estar mucho más arriba.

Seguir una moda no tiene nada de malo. Ocurre en todas las esferas. Es natural. Hasta que aparezca otra moda. El problema es cuando la convertimos en dogma. Y ahí los medios tenemos mucha culpa de eso. Restringir el debate. Cerrar en vez de abrir. No permitir la voz contraria. Prejuzgar. Ganar o perder un partido antes de jugarlo. Sería como criticar un libro sin leerlo. Una patudez. Una inmensa mediocridad.