Inconciencia de juego en Chile
En la conferencia de prensa luego de la derrota por 3-0 ante Ecuador, Juan Antonio Pizzi señaló, entre otras cosas, que el planteamiento delineado para el partido no había resultado. Fue una corroboración, el marcador lo decía todo. Sin embargo, el DT de la Selección chilena no se explayó mayormente en cuál era la idea para encarar el duelo en Quito. ¿Falta de inquietud táctica de los reporteros o excesivo hermetismo del entrenador? Quién sabe.
Sin embargo, todo cayó al suelo en un poco más de 20 minutos. Los goles de Antonio Valencia y Cristian Ramírez, para el 2-0 parcial, enterraron a la Roja. A continuación, los 2.800 metros de altitud se encargaron de realizar su silencioso trabajo. Como nunca, Chile sintió los efectos de la 'puna'. Fue un equipo abúlico, paquidérmico, sin chispa. Lo peor, carente de voluntad de lucha.
El análisis debería llegar solo hasta ese momento. Después, el duelo, en tanto expresión de lucha de dos fuerzas que pugnan por imponerse una sobre la otra, no existió. Inesperada y llamativamente. ¿Les hicieron mal a los jugadores los tres días previos en el calor y la humedad de Guayaquil? ¿Debieron haber viajado en la jornada anterior al partido directo a Quito desde Santiago y punto? ¿El futbolista chileno de élite perdió la adaptación psicológica a actuar en la altitud, a raíz de su desempeño constante en el fútbol del primer mundo? En fin, todos nos sentimos dueños de la verdad.
Tras los tantos iniciales del local, quedaba una vida entera de partido aún por disputar. Ahí estuvo el gran problema de la Roja. No hubo Conciencia de Juego, la claridad conceptual y táctica sobre qué hacer en momentos particulares del encuentro. Una suerte de plan de contingencia implementado, en el acto, por los propios jugadores a partir de lo que estaban viviendo o sufriendo en Quito.
Todo lo contrario aconteció en la Copa América Centenario frente a México, en el recordado 7-0, en Santa Clara. Con una actuación inspirada, Chile ya llevaba una buena cifra de tantos anotados. Sin embargo, siguió al ataque, dando la impresión de que intentaba meterle una docena de goles a los aztecas. Era lo que tenía que hacer y el equipo lo hizo con plena Conciencia de Juego.
En Ecuador, si el panorama era adverso, producto de dos goles en contra y los efectos de la altitud sobre la respuesta física, había que desechar por el momento el plan original y actuar con sensatez. Reagruparse defensivamente, todos, detrás de la línea del balón. Los 10 jugadores de campo contraerse posicionalmente en el frontis del área penal, achicando al máximo los espacios, aunque fuera muy cerca del arco chileno. Ser solidarios, actuar en conjunto, como un bloque macizo y monolítico. ¿Por qué no?: olvidarse de atacar y vivir el partido sustentados únicamente en defender.
Ocurrió lo opuesto. El equipo se vio disperso, sin conexiones, inorgánico, dando la impresión de que, como en la pichanga del barrio, 'cada uno jugaba para su santo'. Pizzi intentó hacer algo con el ingreso de Nicolás Castillo, en el tramo inicial del complemento, volviendo al 1-4-1-2-3 de siempre. No resultó. La Roja era arrastrada por un torbellino de confusión táctica.