La algarabía y el bullicio dejaron en el olvido, en cosa de segundos, la tranquilidad que existía en los patios del colegio Verbo Divino. La irrupción de Andre de Grasse, el atleta canadiense que se robó todas las miradas en los Juegos de Río de Janeiro, se transformó en un verdadero fenómeno que no dejó indiferente a nadie. Todos querían estar a su lado. El objetivo era único: retratar un momento difícil de olvidar. Fue una verdadera revolución de la que nadie quedó ajeno. Alumnos, profesores, atletas, e incluso un puñado de trabajadores del recinto, lucharon, con papel en mano, por lograr un autógrafo.
Al mismo tiempo, De Grasse sonreía. Su sorpresa fue absoluta. Más de 500 asistentes esperaron con paciencia la clínica que realizó la marca Puma, de la que es rostro oficial. A esa altura ya nada importaba. Ni siquiera el abrasador calor que acompañó el evento. “Estoy feliz de todo esto. Es mi primera vez en Chile y espero seguir divirtiéndome”, confesaba minutos después en un mano a mano junto a AS Chile.
Su explosiva aparición en la elite del atletismo mundial, la cercanía que mantiene con Usain Bolt, lo clave que resultó ser la figura de su madre y la dura infancia que le tocó vivir en los suburbios de Toronto, de la que solo sacó lecciones positivas -según confesión propia-, fueron algunos de los temas que compartió con una soltura inusitada, impropia de una figura mundial, durante su visita a Chile para inaugurar la nueva tienda Puma en el Costanera Center.
Andre de Grasse sorprendió con las tres medallas que obtuvo en Río: plata en 200 metros y bronce en 100 metros y posta 4x100. Precisamente, en semifinales de 200 surge una de las mayores anécdotas de su carrera, luego de cruzar la meta de semifinales riéndose junto a Usain Bolt.