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Elogio al despelote

Era el 2010, el año que se jugó el campeonato largo, de dos ruedas, a causa del terremoto. Jugaban Audax Italiano y Ñublense en La Florida y desde la sección Deportes de El Mercurio, donde yo trabajaba, mandaron a cubrir el partido a un colega que era famoso por encontrar todo malo y a quien, para mantener en el anonimato, llamaremos simplemente Juanito. Partió refunfuñando al Bicentenario, profetizando que el partido sería un bodrio.

Abrieron la cuenta los itálicos, luego Ñublense se puso 3-1 arriba, empataron los locales, los chillanejos se adelantaron 4-3, volvió a igualar Audax, volvieron a adelantarse los sureños y pasados los 90’ hubo dos goles más, configurando un dramático 6-5 en favor de los Diablos Rojos. Finalizado el pleito, el comentario en el diario era una solo: “¿Qué va a decir ahora Juanito?”.

Volvió a la redacción. Todas las miradas estaban sobre él. El aire se cortaba con un cuchillo. Nadie se atrevía a romper el silencio. Avanzó Juanito por el pasillo. Llegó hasta su computador. Dejó su libreta y su grabadora en el escritorio. Se sacó la chaqueta y la colgó en la silla. Todos conteníamos la respiración y antes que nadie se atreviera a decirle nada, Juanito sentenció: “Una mierda de partido. Puros errores de las defensas…”.

La carcajada fue general y todos enrostraron a Juanito su excesiva acidez. “¡Pero viste once goles! No puedes negar que fue entretenido”. Nada. Juanito seguía pensando que el partido había sido pésimo.

Visto en retrospectiva, lo que hizo esa tarde Juanito fue adelantarse a la discusión que hoy por hoy se da respecto a la calidad de nuestro campeonato. Porque mientras muchos elogian lo entretenido, parejo e incierto que es el torneo local, lo cual ha permitido que recientemente equipos como O’Higgins y Cobresal sean campeones por primera vez en su historia y que Iquique esté con opciones de hacer lo propio, no son pocos los que critican sin piedad el nivel de la competencia, argumentando que las definiciones son apretadas porque se ha nivelado hacia abajo.

Para catalogar el torneo chileno como bueno o malo es metodológicamente necesario compararlo con algo. Con los otros torneos del subcontinente, por ejemplo. Y es claro que ahí las cuentas no son alegres en los últimos años, porque cuando los mejores equipos nacionales compiten con sus pares sudamericanos los resultados han sido desastrosos. Es cierto que Palestino descolló en la última Copa Sudamericana, pero los otros tres cuadros chilenos que compitieron fueron eliminados al primer convite. Y si analizamos las últimas cuatro Copas Libertadores nos encontramos que apenas una vez un representante nacional llegó a octavos final (Unión Española en 2014).

Hace poco ocurrió que la misma Unión Española le ganaba 2-0 a Universidad de Chile y terminó perdiendo 3-2. Y los hispanos eran punteros. Everton vencía 2_0 a O’Higgins y terminaron empatando 2-2. En la anterior jornada Iquique le ganaba 2-0 a la U en el Nacional y no pudo mantener el resultado (terminó 2-2), mientras que en la décima fecha San Luis superaba 3-0 a Colo Colo en el Monumental y tampoco pudo pasar del empate (3-3), mientras que Palestino le ganaba 2-0 a O’Higgins en Rancagua hasta el último cuarto de hora y terminó perdiendo 3-2. ¿No pasa eso en otras partes? Pasa, pero no con tanta frecuencia como acá, porque en los torneos realmente competitivos la disciplina táctica y la capacidad de mantener un resultado es prioridad para cualquier equipo.

Incluso comparando con lo que era el torneo chileno hace algunas décadas, la comparación es desfavorable. Yo escribo desde Valparaíso y hablábamos hace algunos días con compañeros de trabajo sobre el Santiago Wanderers de 1989, en donde jugaban Latín, Escobedo, Poirrier, Glaría, el Flaco Pérez y llegábamos a la conclusión de que ese equipo le metía cuatro al Wanderers de hoy. Por supuesto que es un juicio muy subjetivo, pero el detalle es que ese equipo que todos creíamos que golearía al de hoy jugaba en segunda división. Y el de hoy va quinto en Primera.

¿Entonces? Todo depende de la seriedad y gravedad con que se haga el análisis. La prensa, los entrenadores, los futbolistas y los dirigentes, obviamente, deben mirar con preocupación los resultados recientes de los equipos chilenos en el arena internacional y tratar de hacer algo por elevar el nivel del torneo.

Pero para el hincha, no el fanático, sino que para quien sigue el torneo como una distracción los fines de semana, este despelote de los últimos años del campeonato nacional es sumamente atractivo. Para quien mira los partidos esperando que haya hartos goles y que cualquier equipo chico le gane a los llamados grandes (que a esta altura, y teniendo en cuenta el paupérrimo peso que tienen a nivel sudamericano, deberíamos llamar “los menos chicos”), para quien desdramatiza lo que finalmente no pasa de ser un juego, el torneo es claramente muy entretenido. Me cuento entre estos últimos.

Lo ideal sería tener un torneo como el inglés o el brasileño, donde hay equipos de verdad buenos, pero que si se descuidan un poquito pierden con cualquiera. Estamos a años luz de eso. Pero entre nuestra alegre anarquía y la Serie A italiana (donde Juventus se encamina a su sexto título seguido) o la Liga española (donde el Barça y el Real Madrid le meten de cinco para arriba a cualquier rival que esté de la mitad de la tabla para abajo), me quedo mil veces con el campeonato chileno y sus imperfecciones. Me divierto más.