¡Al galope!
Poco y nada puede discutirse sobre el bicampeonato de Universidad Católica. Arremetió desde atrás, superó el duro trance de la eliminación en la Copa Sudamericana ante Real Potosí, ganó con autoridad los partidos clave, superó con holgura a Iquique, su mayor amenaza en el tramo final del Apertura, y administró la ventaja en la tabla en la última fecha. La UC fue de menos a más y acabó levantando la copa con mucho menos estrés que el semestre anterior.
Solo el tiempo dirá cuál es el lugar del equipo de Mario Salas en la historia del club y el fútbol chileno. Inconducente es adelantar el análisis si el cuadro cruzado tiene por delante la Copa Libertadores 2017 y la opción de ir por un inédito tricampeonato. Recién entonces estarán los elementos sobre la mesa para establecer un juicio más certero.
Católica se llevó el título a San Carlos de Apoquindo porque fue el más sólido, el que mejor jugó, el que contó con las individualidades más determinantes del torneo. Si bien Iquique hizo una gran campaña, Unión estuvo en la discusión, Palestino destacó en la Copa Sudamericana y Colo Colo le tomó la mano y lo eliminó de la Copa Chile, el conjunto de la franja fue nuevamente superior a todos el segundo semestre. No hay una segunda lectura.
Se podrá argüir como datos de contexto que la U estuvo en crisis y no compitió o que Colo Colo se enganchó tarde en el grupo de avanzada. Puede ser. Quizá ayudó. Pero no es culpa de Católica que los otros equipos denominados grandes no entraran en escena por el título. Allá ellos con sus tiempos, problemas y realidad. De seguro, por cómo jugó la Copa Chile y remató el Apertura, el Cacique será candidato en el Clausura 2017 y una de las mayores trabas a la hegemonía cruzada, pero esa es otra historia. Está por escribirse.
En la segunda vuelta olímpica consecutiva de Católica, Mario Salas tiene un mérito enorme. Es un técnico que evolucionó, aprendió de sus errores y perfeccionó un sistema ofensivo, vistoso y de total gusto del hincha cruzado. De aquel, entrenador que a mediados de año, tras el porrazo en la Sudamericana, relativizaba la pertinencia de establecer una oncena titular, inamovible, queda poco. Justamente, una de las características de la campaña del bicampeón fue hallar un equipo estable y con relevos adecuados. Acierto adicional del Comandante, salvo excepciones como Llanos, Bravo y Muñoz, fue mantener motivados, prendidos y bien entrenados a los que jugaron menos.
A la hora del balance, hay que destacar a jugadores excluyentes como Buonanotte y Castillo. A grandes aportes como Noir, Kalinski y Fuenzalida. El destape de Fuentes, Maripán y Parot. La mejora de Lanaro y un Álvarez que a sus 36 años terminó como titular. Toselli no descolló, pero fue regular, a fin de cuentas es un arquero que da garantías. Entre los más jóvenes y tras la partida de Jeisson Vargas, el protagonismo recayó en Jaime Carreño quien sumó horas de vuelo camino a una consolidación que por su calidad pareciera ser cuestión de tiempo.
En la duodécima estrella de la UC hay marcada influencia del gerente técnico José María Buljubasich. Su gestión cuajó un semestre impecable articulando la llegada de jugadores de alto nivel con una inversión acorde a la realidad presupuestaria del club. Esa tarea, para muchos invisible, fue determinante en el desenlace de esta historia.
Ahora, la misión no es menor. Evitar la partida de jugadores clave (Castillo reviste el caso más sensible pues está con un pie y medio en el fútbol mexicano y solo un container de dólares podría mantenerlo en la precordillera) y reforzarse convenientemente para la Libertadores 2017. Son tres cupos y la elección debe ser quirúrgica, en la línea de los fichajes del último tiempo. Católica está en la zona, en un estatus envidiable en el ámbito interno, pero tiene un pendiente con sus hinchas: refrendar internacionalmente su gran temporada en el plano local. No es fácil, tampoco un imposible. Con este plantel la UC puede pelear. Y sería bueno que así fuera, por la salud del fútbol chileno.