Los Colts aplastan a los Vikings pese al retorno de Peterson
Los Colts aplastaron a unos Vikings atenazados por la responsabilidad y por sus propios fantasmas, y con un Peterson que hizo más mal que bien en su regreso.
Es paradójico. Y hasta triste. Los Vikings estuvieron toda la temporada esperando a Peterson, y fue el propio Peterson el que dio la puntilla a su temporada. A falta de poco más de seis minutos para el descanso, cuando su equipo perdía 0-17, Peterson lograba una de las carreras más largas de Minnesota en toda la temporada (tampoco penséis que demasiado, que serían unas doce yardas) y terminaba perdiendo el balón. Otro fumble asesino. La maldición que ha perseguido durante toda su carrera a uno de los corredores con más talento de la historia.
Punto y final funesto para otra temporada trágica. Un rosario de tardes y noches de impotencia. De no poder en ataque y de quedarse sin fuerzas en defensa. Un otoño estéril en el que todo ha salido mal y nada tuvo sentido.
Ante los Colts vivimos un nuevo capítulo del drama, corregido y aumentado. Series ofensivas que morían nada más nacer, mientras Andrew Luck, en su salsa, torturaba a la defensa con series largas, interminables, en las que ni siquiera necesitaba apelar a terceros downs. No había ni tensión. Era un viaje sin sobresaltos hacia la end zone rival. Y por el camino solo encontraban resignación y conformismo. Melancolía.
Y así, sin un solo detalle heroico, los Colts fueron rompiendo el alma ya rota de unos Vikings que ya no querían vivir, porque no sabían cómo hacerlo. En una tarde fría en la que Peterson solo apareció para firmar una defunción inevitable.
La segunda parte empezó con las gradas vaciándose. El público, fiel hasta que no pudo más, poco a poco se levantaba cabizbajo y enfilaba la puerta. Para no llorar frente a todos el mal fario y la impotencia. Dos patadas de Vinatieri y tres puñaladas, de Turbin por duplicado y de Swoope la restante, habían sido demasiado para ellos. 0-27 en el descanso el día en que volvía Peterson. El último clavo ardiendo al que agarrarse, y que terminó clavado en el corazón. No había más que ver. Nada tenía sentido. Y el dolor aún era mayor tras ver cómo los Lions les habían tendido una mano que ellos no supieron agarrar.
Pero al mismo tiempo que un desahuciado se ahogaba, otro moribundo sigue braceando a la desesperada, porque mientras hay vida, hay esperanza. Los Colts ni siquiera tuvieron que poner toda la carne en el asador. Se limitaron a ser serios; a golpear tranquilamente a un rival que solo sabía encajar golpes tras golpe mientras se apoyaba grogui contra las cuerdas. Con Bradford sufriendo fumbles e intercepciones para culminar las pocas ocasiones en que su ataque parecía despertar.
Y así fue el fin del mundo en Minnesota, que devolvió un halo de vida a Indianapolis. 6-34 como epitafio el día del regreso de Peterson. El jugador cuya ausencia mató a un equipo y cuya vuelta terminó por darle la puntilla.