Mundos paralelos
En 2016, con 20 años, Macarena Salazar ganó el triatlón de Pucón en la categoría sub 23 y se adjudicó el derecho a representar a Chile en el mundial de la categoría donde terminó en la decimotercera posición. Este domingo, en la carrera más linda del mundo como describió hace casi tres décadas C.J Olivares, redactor senior de Thriatlete Magazine, debutó en distancias largas y tuvo muchos ojos encima pues se la considera el relevo de Bárbara Riveros, elegida hace pocas semanas como la mejor deportista chilena del año pasado.
Macarena está en la elite. Qué duda cabe. Pero al mismo tiempo estudia. Y se dispone a cursar cuarto año de ingeniería comercial en la Universidad Andrés Bello. Lo hace con los sacrificios añadidos que implica compatibilizar los estudios con el deporte. ¿Un botón de muestra? Entrena todos los días a las seis de la mañana. La joven triatleta se levanta pasadas las cinco, toma desayuno, entra a la piscina y a las ocho o nueve, dependiendo del ramo, está sentada en el aula.
Este caso, admirable por donde se le mire, revela varias cosas. La principal es que la actividad física y los estudios pueden, en algunos casos y bajos ciertas condiciones, desarrollarse en paralelo. Macarena toma los mismos ramos que sus compañeros y cuenta con una agenda flexible cuando debe competir. Asiste a una universidad que la entiende y respalda. Por extensión, esa casa de estudio juega también un papel clave.
Lamentablemente el caso de Macarena Salazar no se puede generalizar. Primero porque no existe una política de estado respecto del deporte universitario, segundo porque las casas de estudio operan en un amplísimo rango respecto de la actividad física y tercero porque hay deportes que por su naturaleza requieren una estructura competitiva solvente que hoy no existe. ¿Conclusión? Macarena puede ir a la universidad y ser deportista de elite simultáneamente mientras que muchos colegas de otras disciplinas e instituciones de educación superior no pueden decir lo mismo.
A diferencia de las universidades y colleges de Estados Unidos donde lo académico convive naturalmente con el deporte, en Chile las casas de estudio funcionan con políticas muy dispares. Algunas desdeñan el deporte, otras promueven el ingreso especial de deportistas destacados, pero luego no brindan ninguna facilidad, otras tantas cuentan con selecciones y regímenes de entrenamiento pero abarcan pocas disciplinas. Dentro de las estatales, la Pontificia Universidad Católica lidera los procesos de admisión especial y facilidades. Es la referencia.
En Pucón, el ministro del deporte Pablo Squella aseguró que ha habido grandes avances respecto del apoyo estatal al deporte universitario. Es cierto, hay mejoras significativas. Pero también mucho por hacer para que las instituciones de educación superior no sean la tumba de los deportistas. En Estados Unidos, donde nos sacan una ventaja sideral, el deporte universitario tiene un estatus envidiable. La competencia cuenta con un carácter profesional y va decreciendo en función de la categoría en que se desarrolla. En el tenis, por ejemplo, el nivel de juego de la división uno es tan alto como el de un challenger.
Para entrar en las grandes ligas del deporte universitario hay que armarse de paciencia y diseñar un plan gradual que involucre una política estatal con mayor inversión e injerencia directa en la toma de decisiones a nivel estructural. También el compromiso de las casas de estudio y, sobre todo, la convicción de que la actividad física es un valor agregado al quehacer institucional. Este cambio, cultural, no es de la noche a la mañana, requiere análisis, discusión, proyectos y, a fin de cuentas, hechos concretos. Es un paso fundamental para avanzar en serio y construir una sociedad más sana e inclusiva con los deportistas.